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miércoles, 25 de noviembre de 2015

ALFONSINA STORNI


ALFONSINA STORNI

La autora

La familia Storni -el padre de Alfonsina y varios hermanos mayores- llegó a la provincia de San Juan desde Lugano, Suiza, en 1880. Fundaron una pequeña empresa familiar, y años después, las botellas de cerveza etiquetadas «Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía», circulan por toda la región. Los padres de Alfonsina viajaron a Suiza en el año 1891, junto con sus dos pequeños hijos. En 1892, el 29 de mayo, nació en Sala Capriasca Alfonsina, la tercera hija del matrimonio Storni. Llevó el nombre del padre, de un padre melancólico y raro. Más tarde le diría a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: «me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo».

Alfonsina aprendió a hablar en italiano, y en 1896 vuelven a San Juan, de donde son sus primeros recuerdos. «Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta». En 1901, la familia se trasladó nuevamente, esta vez a la ciudad de Rosario, un próspero puerto del litoral.

Paulina, la madre, abrió una pequeña escuela domiciliaria, y pasa a ser la cabeza de una familia numerosa, pobre y sin timón. Instalaron el «Café Suizo», cerca de la estación de tren, pero el proyecto fracasó. Alfonsina lavaba platos y atendía las mesas, a los diez años. Las mujeres comenzaron a trabajar de costureras. Alfonsina decide emplearse como obrera en una fábrica de gorras. En 1907 llega a Rosario la compañía de Manuel Cordero, un director de teatro que recorría las provincias. Alfonsina reemplaza a una actriz que se enferma. Esto la decide a proponerle a su madre que le permita convertirse en actriz y viajar con la compañía. Recorre Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán. Después dirá que representó Espectros, de Ibsen, La loca de la casa, de Pérez Galdós, y Los muertos, de Florencio Sánchez.

En sus cartas al filólogo español don Julio Cejador Alfonsina resume algunos momentos de su vida. Refiriéndose a esta época, le dirá: «A los trece años estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro contemporáneo y clásico (…). Pero casi una niña y pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí rumbos…». Luego, en un reportaje de la revista El Hogar, contará que al regresar escribió su primera obra de teatro, Un corazón valiente, de la que no han quedado testimonios.

Cuando volvió a Rosario se encuentra con que su madre se ha casado y vive en Bustinza. La poeta decide estudiar la carrera de maestra rural en Coronda, y allí recibe su título profesional. Gana un lugar sobresaliente en la comunidad escolar, consigue un puesto de maestra y se vincula a dos revistas literarias, Mundo Rosarino y Monos y Monadas. Allí aparecen sus poemas durante todo ese año, y si bien no hay testimonio de ellos, sí sabemos de otros publicados al año siguiente en Mundo Argentino, y que tienen resonancias hispánicas.

Poeta en Buenos Aires

Al terminar el año de 1911, decide trasladarse a Buenos Aires. «En su maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros de Darío y sus versos». Así, con nostalgia, evoca su hijo Alejandro la llegada. Pobre equipaje para enfrentarse con una ciudad que estaba abierta al mundo, con las expectativas puestas en esa inmigración que traería nuevas manos para producir y nuevas formas de convivencia. El nacimiento de su hijo Alejandro, el 21 de abril de 1912, define en su vida una actitud de mujer que se enfrenta sola a sus decisiones. Trabaja como cajera en la tienda «A la ciudad de México», en Florida y Sarmiento. También en la revista Caras y Caretas.

Su primer libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes dificultades económicas, apareció en 1916. En un homenaje al novelista Manuel Gálvez, por primera vez en Buenos Aires, en esta clase de reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo sus propios versos. En junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un poema titulado «Versos otoñales». Aunque los versos son apenas aceptables, sorprende su capacidad de mirarse por dentro, que por entonces no era común en los poetas de su generación.

Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas
He sentido el otoño; sus achaques de viejo
Me han llenado de miedo; me ha contado el espejo
Que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas.

Sus amigos los poetas modernistas

Amado Nervo, el poeta mejicano paladín del modernismo junto con Rubén Darío, publica sus poemas también en Mundo Argentino, y esto da una idea de lo que significaría para ella, una muchacha desconocida, de provincia, el haber llegado hasta aquellas páginas. En 1919 Nervo llega a la Argentina como embajador de su país, y frecuenta las mismas reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del rosal, y lo llama en su dedicatoria «poeta divino». Vinculada entonces a lo mejor de la vanguardia novecentista, que empezaba a declinar, en el archivo de la Biblioteca Nacional uruguaya hay cartas al uruguayo José Enrique Rodó, otro de los escritores principales de la época, modernista autor de Ariel y de Los motivos de Proteo, ambos libros pilares de una interpretación de la cultura americana. El uruguayo escribía, como ella, en Caras y Caretas y era, junto con Julio Herrera y Reissig, el jefe indiscutido del nuevo pensamiento en el Uruguay. Ambos contribuyeron a esclarecer los lineamientos intelectuales americanos a principios de siglo, como lo hizo también Manuel Ugarte, cuya amistad le llegó a Alfonsina junto con la de José Ingenieros.

Su voluntad no la abandona, y sigue escribiendo. En mejores condiciones publica El dulce daño, en 1918. El 18 de abril de 1918 se le ofrece una comida en el restaurante Génova, de la calle Paraná y Corrientes, donde se reunía mensualmente el grupo de Nosotros, y en esa oportunidad se celebra la aparición de El dulce daño. Los oradores son Roberto Giusti y José Ingenieros, su gran amigo y protector, a veces su médico. Alfonsina se está reponiendo de la gran tensión nerviosa que la obligó a dejar momentáneamente su trabajo en la escuela, pero su cansancio no le impide disfrutar de la lectura de su «Nocturno», hecha por Giusti, en traducción al italiano de Folco Testena

También en 1918 Alfonsina recibe una medalla de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas, junto con Alicia Moreau de Justo y Enrique del Valle Iberlucea. Años atrás, cuando empezó la guerra, Alfonsina había aparecido como concurrente a un acto en defensa de Bélgica, con motivo de la invasión alemana. Comienzan sus visitas a la ciudad de Montevideo, donde hasta su muerte frecuentará amigos uruguayos. Juana de Ibarbourou lo contó años después de la muerte de la poetisa argentina: «En 1920 vino Alfonsina por primera vez a Montevideo. Era joven y parecía alegre; por lo menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a veces también sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía… Un núcleo de lo más granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos lados. Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina».

La amistad de Quiroga, el escritor de la selva

En 1922, Alfonsina ya frecuentaba la casa del pintor Emilio Centurión, de donde surgiría posteriormente el grupo Anaconda. Allí conoció, seguramente, al escritor uruguayo Horacio Quiroga, que había llegado de su refugio en San Ignacio, Misiones, durante el año 1916. Su personalidad debió atraer a Alfonsina. Un hombre marcado por el destino, perseguido por los suicidios de seres queridos, que, además, se había atrevido a exiliarse en Misiones, e intentado allí forjar un paraíso. En 1922, era ya el autor de sus libros más importantes, Cuentos de la selva, Anaconda, El desierto. Vivía modestamente de sus colaboraciones en diarios y revistas y desempeñó un papel protagónico en el intento de profesionalizar la escritura. Alfonsina había publicado sus libros Irremediablemente (1919) y Languidez (1920).

La amistad con Quiroga fue la de dos seres distintos. Cuenta Norah Lange que en una de sus reuniones, adonde iban todos los escritores de la época, jugaron una tarde a las prendas. El juego consistió en que Alfonsina y Horacio besaran al mismo tiempo las caras de un reloj de cadena, sostenido por Horacio. Este, en un rápido ademán, escamoteó el reloj precisamente en el momento en que Alfonsina aproximaba a él sus labios, y todo terminó en un beso. Quiroga la nombra frecuentemente en sus cartas, sobre todo entre los años 1919 y 1922, y su mención la destaca de un grupo donde había no sólo otras mujeres sino también otras escritoras. Sin embargo, cuando Quiroga resuelve irse a Misiones en 1925, Alfonsina no lo acompaña. Quiroga le pide que se vaya con él y ella, indecisa, consulta con su amigo el pintor Benito Quinquela Martín. Aquél, hombre ordenado y sedentario, le dice: «¿Con ese loco? ¡No!».

Un nuevo camino para la poesía

En el año 1923, la revista Nosotros, que lideraba la difusión de la nueva literatura argentina, y con hábil manejo formaba la opinión de los lectores, publicó una encuesta, dirigida a los que constituyen «la nueva generación literaria». La pregunta está formulada sencillamente: «¿Cuáles son los tres o cuatro poetas nuestros, mayores de treinta años, que usted respeta más?».

Alfonsina Storni tenía en ese entonces treinta y un años recién cumplidos, es decir, que apenas bordeaba la cifra exigida para constituirse en «maestro de la nueva generación». Su libro Languidez, de 1920, había merecido el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura, lo que la colocaba muy por encima de sus pares. Muchas de las respuestas a la encuesta de Nosotros coinciden en uno de los nombres: Alfonsina Storni.

Mil novecientos veinticinco fue el año de la publicación de Ocre, un libro que marca un cambio decisivo en su poesía. Desde hace dos años es profesora de Lectura y declamación en la Escuela Normal de Lenguas Vivas, y su postura como escritora está absolutamente afianzada entre el público y sus iguales. Por aquella época muere José Ingenieros, y esto la deja un poco más sola.

Hasta la casa de la calle Cuba llega una tarde la chilena Gabriela Mistral. El encuentro debió ser importante para la chilena, ya que publicó su relato ese año en El Mercurio. Llamó por teléfono a Alfonsina antes de ir, y le impresionó gratamente su voz, pero le habían dicho que era fea y entonces esperaba una cara que no congeniara con la voz. Por eso cuando la puerta se abre pregunta por Alfonsina, porque la imagen contradice a la advertencia. «Extraordinaria la cabeza, recuerda, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años». Insiste: «Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura». La chilena queda impresionada por su sencillez, por su sobriedad, por su escasa manifestación de emotividad, por su profundidad sin trascendentalismos. Y sobretodo por su información, propia de una mujer de gran ciudad, «que ha pasado tocándolo todo e incorporándoselo» (1).

El 20 de marzo de 1927 se estrena su obra de teatro, que despertaba las expectativas del público y de la crítica. El día del estreno asistió el presidente Alvear con su esposa, Regina Pacini. Al día siguiente la crítica se ensañó con la obra, y a los tres días tuvo que bajar de cartel. El diario Crítica tituló «Alfonsina Storni dará al teatro nacional obras interesantes cuando la escena le revele nuevos e importantes secretos». La escritora se sintió muy dolida por su fracaso, y trató de explicarlo atribuyéndole la culpa al director y a los actores.

Años de equilibrio

Alfonsina intervino en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores y su participación en el gremialismo literario fue intensa. En 1928 viajó a España en compañía de la actriz Blanca de la Vega, y repitió su viaje en 1931, en compañía de su hijo. Allí conoció a otras mujeres escritoras, y la poeta Concha Méndez le dedica algunos poemas. En 1932, publicó sus Dos farsas pirotécnicas: Cimbelina y Polixene y la cocinerita. Está tranquila, colabora en el diario Crítica y en La Nación; sus clases de teatro son la rutina diaria, y su rostro empieza a cambiar. Las canas cubren su cabeza y le dan un aire diferente.

En 1931, el Intendente Municipal nombró a Alfonsina jurado y es la primera vez que ese nombramiento recae en una mujer. Alfonsina se alegra de que comiencen a ser reconocidas las virtudes que la mujer, esforzadamente, demuestra. «La civilización borra cada vez más las diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres pensantes y mezcla en aquel ápice lo que parecieran características propias de cada sexo y que no eran más que estados de insuficiencia mental. Como afirmación de esta limpia verdad, la Intendencia de Buenos Aires declara, en su ciudad, noble la condición femenina», afirma Alfonsina en un diario al referirse a su designación.

En la Peña del café Tortoni conoció a Federico García Lorca, durante la permanencia del poeta en Buenos Aires entre octubre de 1933 y febrero de 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de García Lorca», publicado luego en Mundo de siete pozos (1934). Allí dice: «Irrumpe un griego /por sus ojos distantes (…). Salta su garganta /hacia afuera /pidiendo /la navaja lunada /aguas filosas (…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza sola /herida de hondas marinas /negras…».

El 20 de mayo de 1935 Alfonsina fue operada de un cáncer de mama.

En 1936 se suicida Horacio Quiroga y ella le dedicó un poema de versos conmovedores y que presagian su propio final:

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…

Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán.

El final

El veintiséis de enero de 1938, en Colonia, Uruguay, Alfonsina recibe una invitación importante. El Ministerio de Instrucción Pública ha organizado un acto que reunirá a las tres grandes poetisas americanas del momento, en una reunión sin precedentes: Alfonsina, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. La invitación pide «que haga en público la confesión de su forma y manera de crear». Tiene que prepararse en un día y, llena de entusiasmo, escribe su conferencia sobre una valija que ha puesto en las rodillas. Divertida, encuentra un título que le parece muy adecuado: «Entre un par de maletas a medio abrir y las mancillas del reloj».

Hacia mitad de año apareció Mascarilla y trébol y una Antología poética con sus poemas preferidos. Los meses que siguen fueron de incertidumbre y temor por la renuencia de la enfermedad. El 23 de octubre viajó a Mar del Plata y hacia la una de la madrugada del martes veinticinco Alfonsina abandonó su habitación y se dirigió al mar. Esa mañana, dos obreros descubrieron el cadáver en la playa. A la tarde, los diarios titulaban sus ediciones con la noticia: «Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América». A su entierro asistieron los escritores y artistas Enrique Larreta, Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Alejandro Sirio, Augusto Riganelli, Carlos Obligado, Atilio Chiappori, Horacio Rega Molina, Pedro M. Obligado, Amado Villar, Leopoldo Marechal, Centurión, Pascual de Rogatis, López Buchardo.

El 21 de noviembre de 1938, el Senado de la Nación rindió homenaje a la poeta en las palabras del senador socialista Alfredo Palacios. Este dijo:

«Nuestro progreso material asombra a propios y extraños. Hemos construido urbes inmensas. Centenares de millones de cabezas de ganado pacen en la inmensurable planicie argentina, la más fecunda de la tierra; pero frecuentemente subordinamos los valores del espíritu a los valores utilitarios y no hemos conseguido, con toda nuestra riqueza, crear una atmósfera propicia donde puede prosperar esa planta delicada que es un poeta».
(Tomado del Proyecto Cervantes)




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miércoles, 4 de noviembre de 2015

VICENTE GERBASI

VICENTE GERBASI



Vicente Gerbasi (CanoaboCarabobo2 de junio de 1913 - CaracasVenezuela28 de diciembre de 1992) fue unescritorpoetapolítico y diplomático venezolano, considerado el poeta contemporáneo venezolano más representativoy uno de los más brillantes exponentes de la lírica vanguardista, además de ser uno de los escritores más influyentes del siglo XX en Venezuela, así como de los más reconocidos.
Miembro del Grupo Viernes, una de las más notorias agrupaciones poéticas de Venezuela, Gerbasi no sólo lograría convertirse en su máximo exponente, sino que además desarrollaría una extraordinaria carrera política y diplomática, siendo miembro fundador del Partido Democrático Nacional junto con Rómulo Betancourt, Agregado Cultural de la embajada Venezolana en BogotáCónsul de Venezuela en la Habana y GinebraConsejero Cultural de la Embajada Venezolana en Chile y Embajador de Venezuela en HaitíIsraelDinamarcaNoruega y Polonia.
SU OBRA MÁS CONOCIDA: MI PADRE EL INMIGRANTE: http://www.poesiaspoemas.com/vicente-gerbasi/mi-padre-el-inmigrante
http://www.vicentegerbasi.net/antologias.htm

Enriqueta Arvelo Larriva

Enriqueta Arvelo Larriva

 

 Este es un blog de la poeta para consultas de obra Enriqueta Arvelo Larriva http://enriquetaarvelolarriva.blogspot.com/

   Enriqueta Arvelo Larriva, nace el 22 de marzo de 1886, en Barinitas, un pueblo enclavado donde se enlazan el piedemonte andino y el llano, al norte del estado Barinas, en Venezuela.
   Su padre, Don Alfredo Arvelo, hombre de Fundo y de “a caballo”, y su madre, Doña Mercedes Larriva, maestra de escuela, con quien aprendió las primeras letras, conformaban junto a sus cinco hijos, una familia con vinculaciones políticas adversas al régimen del sátrapa Juan Vicente Gómez, y venida a menos por los atropellos y vejámenes de quien dictatorialmente se adueñó de Venezuela durante casi tres décadas.
   Huérfana desde muy niña, pues muere su madre cuando la poetisa apenas contaba los cinco años:
“(…) iba a gusto
tras el cabello recién bañado de mi madre.
Amaba a mi madre,
mas a veces ella era para mí
sólo una palidez nimbada.” 1
   Influenciada en sus inicios poéticos por su abuela materna “mamá Florinda”, y después, por su tía Atilia Torrealba Febres Cordero, reconocida poeta en esa tierra llanera, quien le enseñó las reglas básicas de la versificación y la motivó a escribir sus primeros versos.
   Fue, una vehemente autodidacta de las lecturas de los poetas del Siglo de Oro Español: Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, y de los poemas del poeta nicaragüense Rubén Darío, que publicaban los periódicos de Caracas. Motivada por su hermano, nuestro esclarecido poeta modernista y revolucionario, Alfredo Arvelo Larriva, quien sembró en su espíritu según palabras de Luis Beltrán Prieto: “esa agónica sed de los poetas, que ven pasar el río y no mojan sus labios, sino que van al fondo a rescatar luceros.”
   En febrero de 1930, la poetisa decide visitar la Capital por vez primera, regresando al Llano poco tiempo después, con un mayor entusiasmo en la poesía.
   El 8 de agosto de 1931, se crea el Ateneo de Caracas, allí, en la planta alta de una casa, ubicada de Marrón a Cují, en el Nº 43 de la Avenida Este, propiedad del general Vicencio Pérez Soto; corriendo el riesgo que significaba intentar fundar cualquier tipo de asociación, dada la represión continua que ejercía la dictadura del Bagre por temor a la “conspiración”, un grupo de mujeres convocó a un número considerable de personalidades y artistas, sin obviar siquiera a las familias vinculadas con el poder, a la fundación de lo que pronto llegó a considerarse como la República Libre de los Intelectuales; y dentro de sus actividades destacará posteriormente, la participación de Enriqueta Arvelo Larriva al lado de valiosas mujeres.
   En 1934, muere su amado hermano Alfredo Arvelo Larriva, el 13 de Mayo en Madrid; y cuando son repatriados sus restos en 1949, la poetisa publica una excelente nota biográfica “Alfredo Arvelo Larriva – Noticias de su Vida y su Obra”.
   En 1939 edita con la Asociación de Escritores Venezolanos, su poemario “Voz aislada”, es el primero que publica, pero, el segundo que escribe.
   En junio de 1941, obtiene el premio en el Segundo Concurso Femenino Venezolano, promovido por la Asociación Cultural Interamericana, con el primer poemario que escribió: “Cristal nervioso: poemas”, y un jurado conformado, por Carlos Eduardo Frías, Ada Pérez Guevara y Pedro Sotillo.
   En 1942 escribe “Poemas de una pena”, una elegía a la muerte de su padre.
   Desde 1945 hasta 1947, ejerce breves cargos políticos como Diputada a la Asamblea Legislativa del Estado Barinas y como Diputada Suplente de la Asamblea Constituyente en 1947.
   A partir de 1948, se radica definitivamente en la capital, Caracas, lo que le permitirá estar en permanente relación y vigorizar sus vínculos con reconocidos representantes de la intelectualidad venezolana.
   En 1949, edita el poemario “Canto de recuento”, como un homenaje al regreso de los restos de su hermano Alfredo Arvelo Larriva a su patria, Venezuela.
   En 1957, publica su quinto poemario “Mandato del canto: poemas” y recibe por esa obra, el Premio Municipal de Poesía.
   Y, el 10 de diciembre de 1962, muere en Caracas, a la edad de 76 años, como había vivido, en soledad, acompañada solamente de la voz de sus poemas.
   En 1963, las Ediciones de la Presidencia de la República del gobierno de Rómulo Betancourt, edita póstumamente su último poemario “Poemas perseverantes”.
   Enriqueta Arvelo Larriva, publicó también algunos de sus poemas en el semanario Patria y Unión de Barinas, y en periódicos locales y regionales como El Impulso de Barquisimeto y El Diario de Carora; en Caracas, en El Universal, donde aparece en las primeras páginas de las novedades literarias y, en el “Papel literario” de El Nacional. Mantuvo también, un hermoso epistolario con poetisas del prestigio de la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou.
   Este ensayo: “ENRIQUETA ARVELO LARRIVA: Cada palabra, el perfil de la voz de un silencio a semejanza de una soledad.”, es, ese su viaje al universo interior de su soledad, de su silencio, de su voz y del afecto de un amor postergado, constantes poéticas en su obra lírica, y que motivaran subyugantes poemas.
   La poetisa, se adelanta a su tiempo, más allá de las vanguardias literarias, es la primera voz de mujer que se singulariza en el devenir de las letras líricas venezolanas; en el contexto de una desolación intelectual para la mujer, ella logra entretejer esa su voz, esas sus ausencias, a través de las hendijas que pasan desapercibidas para el resto de un país con una atávica visión androcentrista; imponiéndose como mujer, esquivando el destino que le atañía, y trasgrediendo la “normativa” de las leyes patriarcales y religiosas:
“Buena o mala, voz es lo único que tengo”
   En una Venezuela hasta esos momentos, donde la dignidad de la mujer la ponderaba él, el hombre, “asignándole” su status, imponiéndole las limitaciones de los patrones de una “vida social”, inhibiéndola de casi todas las manifestaciones “culturales”, permitiéndosele tan sólo acceso a una mínima fracción de la “herencia de la vida”. Aún así, aún a pesar de ese lastre, se eleva su voz desde la provincia, desde el llano y luego desde la capital, su por ella misma llamada “voz aislada”.
   De esta sensibilidad, de esta audacia, de este culto a la voz del silencio, de ese ceñir su palabra a los predios de la poesía, jamás, antes de Enriqueta Arvelo Larriva, habían tenido versos así, eco femenino en los reacios oídos masculinos:
“Gracias a los que se fueron por la vereda oscura
moliendo las hojas tostadas.
A los que me dijeron: espéranos bajo ese árbol.
Gracias a los que se fueron a buscar fuego para sus cigarrillos
y me dejaron sola,
enredada en los soles pequeños de una sombra olorosa.
Gracias a los que se fueron a buscar agua para mi sed
y me dejaron ahí
bebiéndome el agua esencial de un mundo estremecido.
Gracias a los que me dejaron oyendo un canto enselvado
y viendo soñolienta los troncos bordados de lianas marchitas.
Ahora voy indemne entre las gentes.” 2
   El deseo de imprimir su huella precursora, la trama de su phatos, su tono poético abierto a los vértigos del alma, con el acento desesperado de sus aires atestados de silencios e íntimas revelaciones, de amparar su soledad con su voz tan propia, cultivada apasionadamente con un lenguaje henchido de acordes, conjurando el vacío, buscando darle encantamiento, en latidos que convidan a una sublimación absoluta donde su imaginación creadora se encierra para mostrarse en el eco de su entelequia, con versos de una franqueza que estremecen:
“En el aire ancho y aromado ha ido sola mi voz.
En vano busqué ansiosa.
Todas las voces se han ido.
Ahuecaba mis manos y lanzaba mi voz.
Y salía a recogerla. Yo misma.
Qué dolor desolado, agrupadas voces,
el de no tener la voz compañera.
En el ámbito soleado y ciego,
en la zona sin voces,
sobre la grama desmandada,
he ido presente por caminos que no me oían.” 3
   Para ese momento histórico en la “Patria Literaria”, Enriqueta Arvelo Larriva, es la pionera, la primera voz poética que se alza surgiendo de las hondonadas recónditas del alma femenina, y lo hace, desde los espacios donde ocurren los encuentros consigo misma, tamizando su soledad, descifrando lo incomprensible y enigmático del silencio que la rodea y abruma, intentando dar voz auténtica al duelo por la entrega amorosa aplazada y los frutos de ese apego menguando con ella, en poemas trémulos de amor y “confesionalidad”:
“Quiero saber, hombre lejano que me llevaste
por una ribera muy tuya para mí desconocida,
si en un paso de insomnio
tus pájaros briosos y relucientes
picaron en las moras zumosas de mi soledad.
Si me sentiste allí,
en la espesura de tu bosque sumido,
como hoja soterrada,
como liana sin anillo,
como brisa curiosa
castigada en cárcel pavorosa y oscura.
Si me aspiraste en el último humo de la tarde
o si pasé despertándote por tu más raro amanecer.
(…)
Dime si me tomaste como canción de sueño
o como lengua de fuego en extravió dichoso,
o si sólo amaste en mí una arena apagada.
(…)
¿Probaste mis panales sin destino?
¿Entraste a mi huerto de manzanas incorpóreas?
¿Quebraste la redoma de mi esencia desurcada?
¿O se rompieron en mis muros
tus suspiros magníficos?

Di si pensabas que te dejaba cruzar mis abismos
con embriaguez espoleante,
derramando mi ungüento en tus raíces
o que ordenaba sobre tu pecho
que fueses mi inflexible guarda en la noche de ausencia,
o que me hacía a un lado en el desfile de tus llamas
(…)
Si mi voz, rama andante de mi vida,
se te dio como ser,
como suelto corazón cálido,
como humana viajera
que hoy regresa con sus pedazos de camino
y puede darme tu valle y tus breñales.

Me pediste mi distante secreto
Da el tuyo a mi curiosa lejanía.” 4
   Una poesía que graba en el panorama literario nacional del siglo XX, los rasgos innegables de la modernidad en tensión con la tradición, en una indagación continua de un lenguaje inicialmente deudor de la estética del romanticismo, que se va erigiendo en una crítica de la estereotipia modernista. Es la primera poetisa que se rebela contra las estructuras establecidas, que abandona el rigor de los preceptos literarios vigentes, sin la métrica formal en las líneas y las estrofas, descubre una “voz” fuera de las reglas del silabeo y del sistema fijo de la rima, suspendiéndose en el vuelo transmigrador del verso libre, donde los espacios vacíos del poema nos convocan a la dilatación del sigilo de las carencias, toda ella tentada por un resuello entrecortado:
“Ayer fue la dureza de la espera.
Quién fuera por esa dureza iluminada.
Regresar:
Volver a lo duro y a la esperanza.
Volver al carecimiento con horizonte.
Regresar al punto donde comienzan los caminos.
(…)
Y ajustarse de nuevo el alma.” 5
   Enriqueta Arvelo Larriva, aunque no participa en las apariciones públicas de la llamada “Generación del 18”, ni probablemente de las discusiones entre sus miembros, sin embargo, al momento de ubicarla, se lo hace en esta generación literaria por diversas razones: las debidamente cronológicas, las de publicar en aquellos periódicos y revistas que consolidaron a esta generación literaria y, por ciertas afinidades estéticas; de allí que, los historiadores de la poesía venezolana la consideren perteneciente a la transicional “Generación del 18”, aunque ella misma, no pudo sentirlo así:
   “Si me preguntarían a cuál generación poética pienso pertenecer y - ¡ay Dios mío! - tendré que contestar sincera: creo que a ninguna, exactamente. Es lo honrado. Y no es que me guste ir sola por la literatura venezolana, sino que así lo arregló el destino”.
   Y cuán cierto, íngrima se aventuró Enriqueta Arvelo Larriva con su poesía, mucho tiempo después de un Andrés Bello y sucesores, del romanticismo negando al neoclasicismo y éste a su vez enterrando la efusividad barroca, después de un parnasianismo rebelándose frente a los excesos líricos, del primer movimiento literario que gesta el mundo de habla hispana en América, el modernismo, de las manifestaciones del criollismo en una giro hacia a lo propio, del grupo “La Alborada” y aun de la misma “Generación del 18”,creando un espacio nuevo, un espacio de representación para las escritoras venezolanas.
   Sus poemas recobran vida con sutiles metáforas en diferentes niveles de su expresión, con su espíritu conjurado en el cuerpo-palabra que dialoga con el silencio en significativos versos, mediante el uso de verbos activos, haciendo hincapié en la primera persona posesiva, rechazando con altivez la cotilla de las formas poéticas fijas tradicionales:
“No supe quién me lo dijo.
El acento, divino.
No supe quien me lo dijo.
No corrí tras los detalles
cuando oí lo infinito.
No supe quién me lo dijo.
Lo oí
¡Dichoso el oído mío!
En ese instante se hizo en mí lo armonioso
Lo que oí va eterno y limpio.
Y que tremenda la gracia
De no saber quién me lo dijo.” 6
   Afirma el filósofo alemán Martín Heidegger:
"La palabra es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensantes y los poetas son los vigilantes de esa morada”. Y en la poetisa, la palabra es el lugar del desvelamiento, su canto al desguarnecimiento del alma, aferrándose a su voz telúrica que le permite atisbar lo invisible, buscando su asidero en el poema:
“Brota firme, honda, motorizada,
porque mi corazón ablandó su semilla.
Es una voz profundamente mía,
mas la daré sin sacrificio.
Huele a cedro mi voz bienvenida
y se alza en un pliegue.
Ella –qué novedad- me dará un gozo bravo
la sembraré en el montón sordo.” 7
   Al igual que el escritor checo, Franz Kafka, quien en su necesidad de soledad para buscar <<la propia voz>> afirma: “Para escribir nunca se está suficientemente solo”, para la poetisa, la soledad, la voz del silencio como creación y las emociones encontradas, perfilan su poética, su yo lírico que nos anuncia la angustia existencial que la aturde en el oficio más solitario del mundo:
“Un oscuro impulso incendió mis bosques
¿Quién me dejó sobre las cenizas?
Andaba el viento sin encuentros.
Emergían ecos mudos no sembrados.
Partieron el cielo pájaros sin nidos.
El último polvo nubló la frontera.
Inquieta y sumisa, me quedé sin voz” 8
El conflicto interior por abrazar en el poema la diversidad de vocablos en los que se expresan sus silencios, va configurando las “otras” voces, las de su otredad:
“Háblame ahora, llano.
Llegará a mi raíz tu voz sin grietas.
Siento mis oídos más míos cuando escuchan tu mundo.
(…)
Quiero oírte en tu azul englobante.
Háblame.
Sabré responder a la voz de todas tus voces en la hora inocente.
Respetaré -tanteando- tus pájaros y tus ingenuas flores
y haré en tu anchura conscientes trazados de augurios.
Háblame, Llano.
Húndeme tu acento.” 9
   Paradójico, que después de que la evolución humana nos regalara <<la palabra>>, derrotando el primigenio silencio de la materia, nos invada de nuevo, ese deseo de volver a la <<voz del silencio>> para explorar nuestros sueños imbuidos en el inconsciente, alcanzando una vertiente ajena a ensordecedores <<ruidos>>. En soledad, Enriqueta Arvelo Larriva, mantiene sus coloquios poéticos consigo misma y con el también <<solo>> de cada poema antes de ser leído. En ella, el silencio se nutre, interpela y alienta con la voz de su palabra, es ése en el que la vivencia de lo arcano sustrae al ser del mundo petrificado de lo obvio; es, la significación que desvela a la vigilia del entendimiento y a su profunda angustia existencial. Estamos ante lo abismal, ante el sentido que rebasa el significado y que sólo se deja aprehender como presión, como signo incierto, nada se encuentra acallado. Su verso <<voz del silencio>>, refleja la sima donde el ser humano gravita en sus alientos, aferrado a la reflexividad entreverada de palabras.
   Nos dice Rafael Arráiz Lucca, en “El coro de las voces solitarias: Una historia de la poesía venezolana”:
   “De allí que su voz sea de una verosimilitud pocas veces hallada en la poesía venezolana, es como una voz que viene de lejos, que surge de las profundidades de la psique”.
   Con su poesía, con sus intimismos entre las tropezadas emociones que va calando Enriqueta Arvelo Larriva en cada verso, la lírica venezolana enriquece orgullosamente sus páginas, mientras sus poemas embelesan, cautivan y nos conmueven como poetas, como lectores, dejándonos envolver en esa “voz”, perfil de su zozobra existencial:
 “Toda la mañana ha hablado el viento
una lengua extraordinaria.
He ido hoy en el viento.
Estremecí los árboles.
Hice pliegues en el río.
Alboroté la arena.
Entré por las más fina rendijas.
Y soné largamente en los alambres.
Antes -¿recuerdas?-
pasaba pálida por la orilla del viento. Y aplaudías.” 10


Obra poética:
Voz aislada. Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos. Caracas. 1939.
El cristal nervioso: poemas. Publicaciones de la Asociación Cultural Interamericana. Colección Biblioteca Femenina Venezolana. Nº 4. Caracas. 1941.
Poemas de una pena. Caracas. 1942. (sin editorial).
Canto de recuento. Tip. López y Bosque. Caracas. 1949.
Mandato del canto: poemas. Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos. Tip. La Nación. Caracas. 1957.
Poemas perseverantes. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas. 1963.


Referencias Bibliográficas
Poemas:
1. Casa de mi infancia
2. Emoción y ventaja de la probada profundidad
3. Suma de la voz aislada
4. Respuesta
5. Tarde del imprevisto deseo
6. Balada de lo que oí
7. Presentación de mi voz nueva
8. Destino
9. Instancia frente a una sabana amanecida
10. Toda la mañana ha hablado el viento.