Vera
Giaconi nació
en 1974 en Montevideo, Uruguay, pero ha vivido toda su vida en Buenos
Aires. Trabaja como editora, correctora y redactora freelance para
diversas revistas y editoriales desde hace más de doce años.
También imparte talleres literarios. Carne
viva, su
primer libro, publicado en 2011, es una recopilación de cuentos cuya
temática gira en torno a la figura de la mujer y la locura.
Participó en Extratextos
1: Clarice Lispector, personagens reescritos, antología
de cuentos publicada en Río de Janeiro en homenaje a los treinta y
cinco años de la muerte de la escritora brasileña. Seres
queridos, su
segundo libro de cuentos, fue uno de los cinco finalistas del
Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero 2015.
Survivor
Mi
hermana está saliendo con un tipo que se hizo famoso por participar
en un reality en Estados Unidos. Lo conoció en el café donde ella
trabaja, en Los Ángeles, que es donde vive desde que en 2002 me dijo
que acá no aguantaba más y se fue. Lo atendió como atendía a
todos sus clientes, y cuando el tipo ya se había ido, sus compañeras
saltaron a su alrededor y una de ellas le dijo «¿No lo reconociste?
Era Ozzy, el de Survivor». Ella nunca había visto el programa (yo
tampoco), salvo por algunos episodios sueltos de una de las primeras
temporadas, así que mi hermana no entendió en ese momento de qué
se trataba todo el asunto de Survivor ni por qué sus compañeras
podían estar emocionadas por alguien tan rancio como un ex
participante de un reality show.
Al
día siguiente, Ozzy volvió y mi hermana hubiera querido atenderlo
como atendía a todos sus clientes, pero esa vez no pudo reprimir un
comentario sobre el libro de tiburones que él estaba hojeando y que
ella conocía bien (yo le había regalado ese libro en su cumpleaños
de quince; un librero me había dicho que era un clásico, con
información dura pero apto para aficionados, y pronto se convirtió
en el preferido de ella y en el primero de una colección de veinte
títulos sobre el tema). Mi hermana me dijo que había sentido cierta
emoción al ver que alguien más en el mundo tenía ese libro, sólo
eso, y que su emoción no tenía nada que ver con que ese alguien
fuera Ozzy el de Survivor porque para ella Survivor no significaba
nada. Y yo me acordé de una nota que había leído en una revista:
los hijos de Ricky Martin recién ahora, que tienen casi siete años,
descubrieron quién «es» su padre: «¿Tú eres Ricky Martin?», le
preguntaron asombrados después de ver por primera vez uno de sus
shows entre el público y no desde un costado del escenario.
O
sea que mi hermana no tenía nada que decir sobre Ozzy el de Survivor
, pero sí hablaba mucho de Ozzy el chico que iba casi todos los días
al café y que le parecía irresistible: lindo, con cara de buena
gente, sencillo y muy amable. Poco a poco, y a pesar de la timidez de
los dos, habían ido encontrando coincidencias y excusas para verse
cuando ella salía del trabajo.
Todo
lo que mi hermana me había ido contando de él a partir de entonces
me hacía pensar que eran el uno para el otro, en especial por el
hecho de que las máximas expectativas en la vida de los dos eran
alcanzables y eso los volvía personas propensas a ser felices.
Un
día mi hermana me dijo que estaba enamorada. Completamente
enamorada, dijo. «¿Y él?», le pregunté, preocupada, porque el
enamoramiento era un estado que suele dejarla demasiado vulnerable.
Ella me dijo que sólo cuando el sentimiento es recíproco una puede
estar enamorada y serena al mismo tiempo. Y entonces recordé que el
amor también la vuelve un poco cursi.
Yo
había googleado «Ozzy» y «Survivor » en cuanto ella me lo
mencionó por primera vez. Vi varias de sus fotos, como para hacerme
una idea de su aspecto, y leí unas notas sueltas y comentarios de
algunos foros para tratar de averiguar qué clase de persona era
(sabía que mi hermana jamás haría una cosa así y a mí me parecía
un desperdicio no aprovechar la ventaja que nos daba el hecho de que
él fuera muy conocido). Me preocupaba un poco imaginar a mi hermana,
así como es ella, tan cándida a veces, adentro de la vida de un
casi famoso.
Enseguida
descubrí que Ozzy era un personaje bastante popular del reality, no
sólo un concursante más, que la mayoría de los seguidores del
ciclo tenían una opinión sobre él, y lo más extraño: que casi
todos opinaban lo mismo, incluso cuando algunos tomaban ciertos
rasgos como virtudes y estaban a su favor y otros, por esos mismos
motivos, estaban en su contra.
En
ese rápido rastreo descubrí también que Ozzy en realidad se
llamaba Oscar, que había nacido en Guanajuato, México, y que no
había estado en una sino en tres ediciones del programa. Al parecer,
después de su primera participación se convirtió en una especie de
concursante estrella, un favorito del público, que votaba por él
cada vez que los productores del ciclo decidían hacer una temporada
especial en la que volvían algunos antiguos «náufragos».
Entonces, y después de su primera aparición en Survivor : Cook
Islands, volvió como parte de Survivor Micronesia: Fans vs.
Favorites y al final formó parte de la edición Survivor : South
Pacific.
El
premio del programa, que se lleva un único ganador entre los veinte
participantes, es de un millón de dólares. Él nunca ganó el
premio y sólo la primera vez llegó a la final, aunque en las otras
dos ediciones formó parte del «jurado» (el grupo de los últimos
siete participantes recién expulsados que debe votar y elegir al
ganador). Dos veces, la primera y la última, ganó el premio de cien
mil dólares de «Survivor favorito»: el único que se entrega por
el voto del público. Al parecer, para la audiencia Ozzy era la
máxima expresión del superviviente, y lo premiaban por ser todo un
Robinson capaz de trepar árboles como si fuera un mono, de aguantar
la respiración bajo el agua por más de tres minutos y de atrapar
con un arpón peces de más de un kilo. Además ganaba todas las
pruebas físicas a las que debían someterse los participantes para
ganar «inmunidad» o «recompensas». Así era como lograba avanzar
mucho en el juego, pero al parecer su falta de malicia, su arrogancia
y su incapacidad para manipular a los demás y para adelantarse a una
traición lo dejaban siempre afuera del gran premio. Claro que todo
esto era lo que, para sus fans, lo convertía en el auténtico
«ganador moral» del juego. Para sus detractores, era lo que lo
volvía un pusilánime atlético y descerebrado. Survivor despierta
grandes pasiones en el público de Estados Unidos y, en contra y a
favor de Ozzy (y de cualquier otro personaje más o menos llamativo),
se usaban estas y otras expresiones incluso más entusiastas o
crueles.
Un
par de veces había intentado que mi hermana me hablara de Ozzy y su
experiencia en el programa, y en especial de lo que pudiera pensar
sobre su incapacidad para ganar el millón, pero ella se negaba a
hablar de Ozzy el de Survivor . De hecho, con el tiempo empezó a
llamarlo Oscar. A ella no le interesaba nada que tuviera que ver con
el paso de él por la tele. Incluso parecía sentir cierto rechazo
por esa parte de él. Pero se negaba a reconocerlo abiertamente.
Fue
más o menos por la época en que ella empezó a llamarlo Oscar
cuando yo decidí que ya era tiempo de ver Survivor .
No
podía viajar, con mi sueldo era imposible pensar en comprar un
pasaje a Estados Unidos. Pero el hecho de que él hubiera pasado
tantas horas en televisión siendo «él mismo» en un reality me
daba la oportunidad de conocer en acción al tipo con el que mi
hermana pasaba cada vez más tiempo. Las últimas veces que hablamos
él estaba ahí, ni dijo nada ni nunca se dejó ver en el Skype, pero
yo supe que estaba ahí. Una vez mi hermana le pidió que bajara el
volumen del televisor; otra vez, entre risas, le dijo que se quedara
quieto (quizá le estuviera haciendo cosquillas); y la última vez vi
una de sus manos, que pasó rápidamente frente al monitor para
agarrar unos papeles del escritorio.
Cuando
podía darme cuenta de lo que estaba pasando cerca de mi hermana (no
porque ella me lo dijera directamente sino por algún otro indicio),
mi sensación respecto de la distancia que nos separaba se volvía
más angustiante. Porque yo no había visto ni había estado jamás
en esos lugares desde los que me hablaba. No conocía la cafetería
donde trabajaba, ni el departamento que alquilaba junto con una de
las chicas del trabajo, ni la escuela donde estaba estudiando
repostería (mi hermana siempre había tenido una gran mano para la
cocina y desde hacía un tiempo había decidido convertir esa
disposición natural en una actividad más oficial y, con suerte,
lucrativa). Creo que Ozzy el de Survivor había tenido algo que ver
con que mi hermana, siempre tan reacia a todo lo relacionado con
agendas escolares y metas de estudio (había sido una batalla campal
lograr que terminara el secundario), se inscribiera en una escuela de
cocina de mucho prestigio y estuviera siendo tan consecuente con sus
clases. Incluso estoy segura de que fue él quien pagó la matrícula
y hasta las cuotas mensuales. Mi hermana me lo negaba todo. Pero era
una pésima mentirosa. Usaba detalles para volver las cosas más
creíbles, tantos detalles que alguno, en algún momento, terminaba
delatándola. Quizá porque mi principal instinto era protegerla
nunca le hice saber que la había descubierto en una mentira. Y
cuando la becaron en la academia de cocina (beca que jamás le
habrían concedido a una inmigrante que no tiene los papeles en
regla) no fue la excepción. Lo que hice fue felicitarla y quedarme
pensando que si Ozzy estaba haciendo esas cosas por ella era porque
la relación se estaba volviendo muy seria. También pensé que la
propuesta de casamiento debía estar cerca. Él le compraría un
anillo, se pondría de rodillas durante alguna cena romántica, y muy
pronto serían fiancés. Era extraño que los yanquis tuvieran tan
arraigada la idea de las tres etapas: noviazgo, compromiso,
matrimonio. Y aunque Ozzy había nacido en México, había pasado
toda su vida en Estados Unidos y seguramente esos hábitos ya eran
también parte de él.
No
fue fácil conseguir completa, y en una calidad decente, Survivor :
Cook Islands, debut de Ozzy en el programa.
La
temporada arranca con los veinte participantes y el conductor en un
barco. Mientras los concursantes se tiran por la borda antes de que
termine el tiempo para nadar hasta las balsas en las que deberán
remar hacia las islas desiertas donde van a pasar los siguientes
treinta y nueve días, el conductor explica que es la primera vez que
las cuatro tribus con las que arranca el juego representarán etnias
distintas. Ozzy forma parte de la tribu de latinos. Además hay una
tribu de afro-americanos, otra de asiático-americanos y una de
caucásicos.
Esa
temporada fue filmada entre junio y agosto de 2006, y con ocho años
menos Ozzy era un chico de pelo corto y enrulado, piel aceitunada y
cuerpo ágil, que casi no sonreía y hablaba poco, aunque muy pronto
se las ingenió para ponerse al frente de su tribu. Uno de sus tres
compañeros, al verlo trepar a una palmera para conseguir cocos, dijo
que le parecía estar frente a una imagen de El libro de la selva.
«Pensé que era Mowgli subiendo por los árboles.» También pescaba
con gran facilidad usando lo que llamaban un arpón hawaiano, dirigió
la construcción del refugio (fabricado con bambú y hojas de
palmera) y diseñó una trampa para cazar gallinas salvajes. Pero sus
compañeros no confiaban completamente en él, no sabían explicar
por qué, pero no confiaban en él. Yo creo que debía ser porque
Ozzy no parecía tener sentido del humor, se tomaba a sí mismo y
todo lo que hacía muy en serio, parecía obsesionado por ganar cada
desafío y era autosuficiente al punto de resultar irritante.
Creí
que iba a llevarme al menos una semana ver los catorce episodios de
esa temporada. Pero la curiosidad y la misma dinámica del programa
(perfectamente diseñado para generar tensión e intriga) hicieron
que me pasara todo el sábado en casa. A las dos de la mañana ya
había visto hasta la reunión posfinal. Además de un dolor de
cabeza insoportable, tenía una idea bastante clara de qué habían
visto en Ozzy sus seguidores.
Unas
aspirinas y una buena noche de sueño me depositaron en el domingo
recuperada y con más interés que antes en hablar con el famoso
novio de mi hermana y en saber cómo se sentía tras haber perdido el
gran premio por apenas cuatro votos contra cinco (el ganador fue Yul,
un abogado de origen coreano que dominó el juego desde el punto de
vista social). La gran final (que es cuando se leen los votos del
jurado y se anuncia el ganador) se filmó en un set de la CBS en
Nueva York. Ahí estaban reunidos (y ya recuperados de la mugre, el
hambre y las lesiones que arrasan físicamente a todos los
participantes) los veinte concursantes de esa temporada, y tanto
ellos como el conductor y el público tenían varias preguntas
generales sobre cómo o por qué había pasado esto o aquello, pero
todos tenían también una única gran pregunta para Ozzy: ¿cómo
era posible que un chico de ciudad, de más de veinte años, mexicano
y que en ese entonces trabajaba como camarero, pareciera haber nacido
para vivir y sobrevivir en una isla desierta? Ozzy, siempre serio,
escuchó la pregunta sin hacer una mueca y respondió lo único que
nadie esperaba y con lo que nadie supo qué hacer: «Siempre leí
mucho», dijo. Yo aplaudí. Sentada sola, en el living de casa,
frente a la notebook encendida donde el joven Ozzy hablaba de su
primer amor, Robinson Crusoe, y de cómo desde chico había
fantaseado con ser abandonado en una isla desierta, aplaudí.
En
ese momento tuve ganas de llamar a mi hermana y pedirle, por primera
vez, hablar directamente con Ozzy. Quería felicitarlo por la
respuesta, pero también quería preguntarle qué otros libros habían
sido importantes para él (después de todo, Robinson Crusoe no
dejaba de parecerme una respuesta obvia. (Esa noche estaba cansada,
pero decidí que la próxima vez que habláramos le diría a mi
hermana que ya era momento de que me presentara a su novio («quisiera
conocerlo un poco», sería mi excusa.)
Descubrí
que la temporada Survivor Micronesia: Fans vs. Favorites (la segunda
en la que participó Ozzy) estaba completa en YouTube.
Durante
dos días, al volver de la escuela donde estaba haciendo una
suplencia de un tercer grado, me sentaba frente a mi computadora a
mirar el programa. Me sentía completamente atrapada. Era lo único
que tenía ganas de hacer, era lo único en lo que lograba
concentrarme. Tenía una opinión sobre Ozzy y sobre cada
participante, sobre cada alianza, sobre cada eliminado en el consejo
tribal. Me emocionaban las pruebas por recompensa o inmunidad. Los
fans (una tribu de diez personas que nunca antes habían jugado el
juego) me parecían ingenuos, torpes, fuera de lugar. Esperaba
ansiosa los momentos en que las cámaras volvían a la tribu de los
favoritos (Ozzy y otros nueve ex participantes), donde hasta las
conversaciones más banales tenían una potencial repercusión en el
desarrollo del juego y donde todos eran extremadamente
autoconscientes y desconfiados.
El
viernes a la noche, mientras yo terminaba de mirar la final, y veía
y retrocedía para volver a ver a Ozzy haciendo sus comentarios sobre
las dos finalistas antes de emitir su voto por el millón de dólares,
sonó el teléfono en casa. Supe que era mi hermana. Desde que me
separé de Germán nadie más llama a casa a esa hora. «Conectate»,
dijo ella. Casi no me saludó, dijo «conectate» y cortó.
Últimamente
chateábamos en Gmail. Así que abrí mi casilla y le mandé un
mensajito para avisarle que ya estaba ahí. «Por Skype», me
escribió. A mí no me gustaba usar Skype. Por supuesto todo era más
cómodo y fluido que chateando, pero el problema era después.
Terminar de chatear era escribir «Besos», o «Besooooos», o una
frasecita del estilo de «Te extraño» o «Te quiero» (todo
dependía de cómo hubiera sido la charla). Cortar el Skype, decirle
«chau» a mi hermana, que estaba ahí, en la pantalla, moviéndose y
llevándose la palma de la mano derecha a los labios para mandarme el
beso con el que siempre se despedía, eso me daba miedo. Cortar la
comunicación y quedarme frente a la pantalla en negro me parecía
terrorífico. En mi cabeza me había fabricado la idea de que hacer
eso era como darle al mundo la oportunidad de tragársela; que, del
otro lado, el monitor oscuro se volvía una gran boca que se abría
para tragarse a mi hermana llevándosela para siempre.
Cuando
nos conectamos, y en cuanto la cara de mi hermana apareció en el
monitor, me di cuenta de que había estado llorando. Le pregunté si
estaba bien. Ella me sonrió, una sonrisa débil, y dijo: «Lo
invitaron de nuevo al programa.»
Cuando
a mi hermana le pasaban cosas buenas, yo me alegraba. Me alegraba
muchísimo, incluso. Pero cuando esas buenas noticias por algún
motivo se truncaban o se volvían en su contra, entonces también me
alegraba. Y me daba mucha vergüenza que me pasara eso. Sabía que
era pura envidia, y de la peor, y también que era el resultado de
una idea que jamás le confesaría a nadie: no creía que existiera
ningún motivo para que a ella le fuera mejor que a mí. En esos
momentos también me daba cuenta de que seguía resentida porque ella
se había ido cuando acá en el país se caía todo a pedazos. Yo me
quedé, pensaba a veces, y aguantar es mucho más meritorio que irse
a un lugar donde todo es más fácil.
No
había nadie en el mundo a quien yo quisiera más que a mi hermana y
no había ninguna otra persona que despertara en mí sentimientos tan
bajos como el rencor y la envidia. No entendía por qué me pasaba
eso, ni me lo perdonaba, y hacía grandes esfuerzos por reprimirlo.
Sin embargo, cuando vi su desconsuelo porque Ozzy había recibido una
invitación de la CBS para una nueva temporada especial de Survivor,
sentí que de alguna retorcida manera aquello me resultaba un giro
justo.
«No
es tan grave», le dije. Y ella se largó a llorar como cuando éramos
chicas. Después de calmarse, me explicó que la temporada se
llamaría Blood vs. Water y que cada uno de los ex participantes
elegidos por el público debían concursar junto a un ser querido.
Ozzy quería que mi hermana fuera con él. «Pero vos no sos pariente
de sangre, ni siquiera están casados», fue lo único que se me
ocurrió decir intentando parecer que me ponía de su parte. Pero
ella me dijo que dos de los que ya habían aceptado participarían
junto a sus novios. Al parecer, para los productores de Survivor ,
«sangre» y «seres queridos» eran lo mismo. Yo no estoy de
acuerdo.
No
necesité preguntárselo para saber que mi hermana ya le había dicho
a Ozzy que ella no quería participar. Me faltaba saber cómo había
reaccionado él. «Está furioso», dijo mi hermana, y empezó a
llorar otra vez. «Dice que ése es su lugar preferido en el mundo,
que ahí es feliz. Es ridículo, estamos hablando de un programa de
tele.» Yo intenté explicarle que él seguramente no se estaba
refiriendo al programa en sí mismo sino a los lugares donde el
programa se filmaba (en general, islas paradisíacas en medio del
Pacífico) y en los que Ozzy parecía realmente en su elemento. «Vos
no lo conocés», dijo mi hermana. Y yo seguí insistiendo con que
ella tampoco iba a conocerlo del todo hasta que lo viera trepar
árboles, nadar como un delfín, abrir cocos con un machete, y que
recién entonces se iba a dar cuenta de que, haciendo eso, él era
feliz. Eso y la competencia lo hacían feliz. Porque no era como ver
a un tipo disfrutando de unas vacaciones exóticas, sino a alguien
extremadamente competitivo peleando por ganar en un juego en el que
se sabe bueno pero no imbatible y que puede superarse. «Todo el
concepto del programa es su lugar en el mundo, ¿entendés?», le
dije. «Y quizá es una buena idea que lo acompañes. Hasta podrían
ganar.» Hubo un silencio. Mi hermana me miraba fijamente. Por un
momento pensé que se había congelado la imagen. La conexión en mi
casa era malísima. Pero entonces ella parpadeó. «Te odio», me
dijo. Y en ese momento no estaba mirando mi imagen en su monitor sino
que miró a la webcam para que yo sintiera sus ojos sobre los míos.
«Los odio a los dos», dijo, y cortó.
Pantalla
en negro y silencio. Tardé un rato en reaccionar. No terminaba de
entender lo que había pasado. Esta vez, al verla llorar así, yo
había logrado olvidarme de todo y aconsejarla para su bien, hasta me
sentía orgullosa por haberla alentado a ir al programa. Después de
todo, si llegaban a ganar era perderla completamente. Un novio y un
millón de dólares eran suficiente para que no pensara nunca más en
volver. Y yo, en el fondo, siempre estaba esperando que mi hermana
quisiera volver. Entonces pensé que ella no estaba entendiendo
realmente la situación, que estaba cometiendo un error grave y que
yo tenía que ayudarla.
Me
llevó toda la noche, pero encontré lo que necesitaba. Preparé un
archivo con un compilado de YouTube que algún fan había armado con
los mejores momentos de Ozzy en el programa, otro videíto de un
minuto en el que Ozzy (entrevistado poco después de haber sido
eliminado en Survivor : South Pacific) decía a cámara cuánto lo
deprimía tener que volver a su vida, a la ciudad, a todo lo que él
sentía que lo alejaba de su yo más verdadero. También había un
tercer video en el que, durante su primera temporada, Ozzy festejaba
por haber pasado tanto tiempo en la isla al grito de «treinta días,
es increíble», y lo decía con una inesperada gran sonrisa y en
español (nunca había hablado en español en el programa, y sabía
que con mi hermana sólo hablaban en inglés). El último video lo
había compilado yo misma y eran varios pasajes de Ozzy nadando,
porque eso era lo mejor de lo mejor de Ozzy. Verlo nadar era hermoso.
Y no era cuestión de admirar la técnica, o la velocidad, o la
resistencia, era simplemente emocionante. Era como soltar a un gato
de departamento, perezoso y lento, en un jardín desconocido y ver
cómo instantáneamente se convierte en un animal salvaje.
Guardé
los archivos como un adjunto en un mail en blanco y escribí en el
asunto: «No te lo pierdas». Mandé el mail y me fui a dormir. Me
sentía satisfecha conmigo misma. Había superado mis más bajos
instintos y volvía a ser la persona que mi hermana se merecía,
alguien que la aconsejaba por su bien y con el más generoso
objetivo: su felicidad (y quizá incluso la de su «Oscar»). Me
desperté cerca del mediodía. Era domingo. En la bandeja de entrada
había un mail de mi hermana. No una respuesta al que yo le había
mandado sino uno nuevo. Abrí el mail y vi que tampoco tenía texto
sino un video adjunto sin título. Estuve un rato sentada frente a la
computadora sin animarme a abrir el archivo. Tenía miedo de que mi
hermana no hubiera entendido lo que yo había intentado decirle con
mi mensaje y que ahora estuviera todavía más enojada. Por muy poco
ya me había dicho «Te odio». ¿Qué había después de eso?
Prendí
un cigarrillo y le di play. El video empezaba con una placa donde
decía «Reality show», y seguía con varios fragmentos editados de
grabaciones muy caseras. Ozzy ahora tenía el pelo bien corto y
varios kilos más que el chico de la tele.
En
todas las tomas mi hermana está usando ropa que no le conozco. En
todas se están filmando uno al otro o alguien los filma a los dos
juntos en situaciones muy domésticas. Un desayuno. La preparación
de un cartel de bienvenida para alguien que ella nunca me mencionó y
que tampoco supe de dónde estaría regresando. Un brindis por alguna
cuestión importante para mi hermana de la que yo nunca supe nada.
Ozzy abriendo los brazos y sonriendo a cámara en la entrada de un
cine. Ella con la ropa mojada actuando un enojo mientras amenaza a
cámara con un balde lleno de agua. Los dos tirados en un parque,
sobre el pasto, mientras un perro de no sé quién pasa corriendo
sobre ellos y los dos se retuercen de risa y se besan y saludan al
que los está filmando. Los dos dormidos compartiendo el asiento de
un bus. Los dos muy serios y elegantes caminando como parte del
cortejo en la boda de alguien. Los dos en la cama, ella sosteniendo
la cámara en alto para que tome sus caras en primer plano, ninguno
habla pero sonríen, sonríen y respiran ligeramente agitados y se
miran y al fin se dicen algo que no se escucha.
Hace
días de esto y no supe nada más de ella. Todavía no le respondí.
Estoy cansada de hablar y entender. Lo que hice fue cambiar la foto
en todos mis perfiles, imposible que no la vea. Ahora hay una imagen
de la gran fogata que hacen al final de cada episodio de Survivor
para el consejo
tribal, ese en el que los participantes deciden a qué miembro de la
tribu van a eliminar del gran juego.
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