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lunes, 29 de abril de 2019

Alonso Cueto Caballero

 Alonso Cueto Caballero 

Nació en Lima, Perú, el 30 de abril de 1954. Pasó su infancia en París y Washington, inició estudios escolares en el Lafayette School de Washington (1960-61) y los continuó en el Colegio Carmelitas de Lima (1962-70). Estudió literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú y fue a España becado por el Instituto de Cultura Hispánica para investigar la obra de Luis Cernuda. En 1979 ingresó en la Universidad de Texas, donde obtuvo un doctorado en 1984, con una tesis sobre Juan Carlos Onetti.
Ha ejercido el periodismo y la docencia universitaria. Ha sido editor de Debate (1985) y de la sección de suplementos del diario El Comercio (1995), así como profesor de cursos de su especialidad en la Universidad Católica (desde 1988, en forma intermitente), y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (desde el 2000).
Su obra se ha caracterizado por la incursión en géneros muy distintos. Publicó su primer libro de relatos en 1983, La batalla del pasado, y entre sus novelas destaca La hora azul, que ganó el Premio Herralde, y El susurro de la mujer ballena, finalista del Planeta-Casa de América. A fines del 2011 publicó su primer libro para niños: El árbol del tesoro.
Obtuvo la Beca Guggenheim en 2002-2003. En 2009, fue elegido miembro de número de la Academia Peruana de la Lengua.

BIBLIOGRAFÍA

Relato:
La batalla del pasado, 1983
Los vestidos de una dama, 1987
Amores de invierno, 1994
Cinco para las nueve y otros cuentos, 1996
Pálido cielo, cuentos, 1998
Novela:
El tigre blanco, 1985
Deseo de noche, 1993
El vuelo de la ceniza, novela policiaca, 1995
Demonio del mediodía, 1999
El otro amor de Diana Abril, contiene 3 novelas breves: la que le da nombre al libro; Dalia y los perros; y Lágrimas artificiales. 2002
Grandes miradas, 2003
La hora azul, 2005
El susurro de la mujer ballena, 2007
Juan Carlos Onetti. El soñador en la penumbra, 2009
La venganza del silencio, 2010

Teatro:

Encuentro casual, 2002

Ensayo y periodismo:

Mario Vargas Llosa. La vida en movimiento, 2003
Valses, rajes y cortejos, 2005
Sueños reales, 2008
  

Infantil:

El árbol del tesoro, 2011

 PREMIOS

Premio Wiracocha 1985
Premio Anna Seghers 2000
Premio Herralde 2005
Premio de la Casa Editorial de la República China 2005

 ENLACES

MATÍAS CANDEIRA

MATÍAS CANDEIRA

Nació en Madrid, en 1984. Es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense y diplomado en guión de cine y televisión por la ECAM.
Ha publicado libros de cuentos y novelas. Además su actividad creativa se ha volcado en la publicidad, el cortometraje y el guion de videojuegos.
Obtuvo una beca para residir en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores, en 2010,y coprotagonizó junto a Mario Vargas Llosa el documental El oficio del escribidor (RTVE). Ha colaborado en Culturamas y de La Tormenta en un vaso y en revistas como Quimera, Ribera del Duero.

BIBLIOGRAFÍA

La soledad de los ventrílocuos (2009)
Antes de las jirafas (2011)
Todo irá bien (2013)
Fiebre (2015)
Ya no estaremos aquí (2017)

PREMIOS

Premio INJUVE de narrativa
Premio de Cuentos Ignacio Aldecoa
Certamen de Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Madrid
Premio Internacional de Narrativa Tomás Fermín de Arteta
En 2018 recibió el Premio de Narrativa Francisco Ayala por su novela "Los intervalos”

viernes, 26 de abril de 2019

Dorothy Parker

Dorothy Parker

Escritora y poeta americana, Dorothy Parker es conocida por su humor a la hora de reflejar a la sociedad urbanita americana de principios del Siglo XX.

Colaboró con varias revistas, como Vanity Fair, Vogue o The New Yorker. La mayor parte de su obra está compuesta por poesía o relatos cortos, de entre los que La gran rubia fue ganador del Premio O. Henry en 1929.

Debido a sus ideas políticas, bastante a la izquierda para la época, sufrió la represión de la Lista Negra de Hollywood.

Dorothy Parker murió en Nueva York en 1967.

"...Y es que Parker quiso que su legado se destinara a la memoria de Martin Luther King, al que veneraba. Hoy todos los derechos de su obra pertenecen a esta organización. Y esa es la razón por la que los restos de la neoyorquina reposan fuera de su querida ciudad."

 Las huellas de Dorothy Parker”, Elvira Lindo, El País Semanal.


ESTUVISTE PERFECTAMENTE BIEN

El joven pálido se acomodó cuidadosamente en la silla y movió la cabeza a un lado para que el tapiz fresco le aliviara la sien y la mejilla.
–Ay, mi amor –dijo–. Ay, ay, ay, mi amor. Ay.
La muchacha de ojos claros, sentada en el sofá erguida y tranquila, le sonrió vivamente.
–¿Ya no te sientes tan bien como ayer? –dijo ella.
–Qué va, estoy muy bien –dijo él–. Estoy flotando. ¿Sabes a qué hora me levanté? A las cuatro de la tarde en punto. Traté de levantarme, pero cada vez que quitaba la cabeza de la almohada se me iba rodando abajo de la cama. La cabeza que traigo puesta no es la mía. Creo que esta era de Walt Whitman. Ay, mi amor. Ay, ay, mi amor.
–¿Tú crees que con un trago te sentirías mejor? –dijo ella.
–¿Un poco de lo que me noqueó anoche? –dijo él–. No, gracias. Por favor ya nunca vuelvas a mencionarme eso. Estoy muerto. Estoy muerto, completamente muerto. Mira mi mano: tan quieta como un colibrí. ¿Y me vi muy mal anoche?
–Ay, no inventes –dijo ella–, todos estaban iguales. Estuviste muy bien.
–Claro –dijo él–. Estuve de maravillas. Todos deben estar enojados conmigo.
–Por favor, claro que no –dijo ella–. Todos se divirtieron con lo que hacías. Claro que Jim Pierson se enojó un poco a la hora de la cena. Pero la gente lo regresó a su silla y lo calmaron. En las otras mesas ni se dieron cuenta. Nadie se dio cuenta.
–¿Me iba a pegar? –dijo él–. Ay, Dios mío. ¿Qué hice?
–Nada, no hiciste nada –dijo ella–. Estuviste perfectamente bien. Pero ya sabes cómo se pone Jim a veces, cuando se le ocurre que alguien se está metiendo con Elinor.
–¿Coqueteé con Elinor? –dijo él–. ¿Eso hice?
–Claro que no –dijo ella–. Solo estuviste haciéndole chistes, eso fue todo. Le pareciste simpatiquísimo. Ella estaba muy divertida. Solo una vez se desconcertó un poco: cuando le echaste por la espalda el caldo de almejas.
–No, no me digas –dijo él–. Caldo de almejas por la espalda. Cada vértebra como concha. Ay, Dios mío. ¿Qué voy a hacer?
–No te preocupes, ella no te va a decir nada –dijo ella–. Solo mándale unas flores, o algo así. Por eso no te preocupes. No es nada.
–No, si no me preocupo –dijo él–, ni tengo nada de qué apurarme. Estoy muy bien. Ay, mi amor, ay. ¿Y qué otro numerito hice en la cena?
–Ninguno. Estuviste muy bien –dijo ella–. No te pongas así por eso. Todo el mundo estaba fascinado contigo. El maître d’hôtel se apuró un poco porque no parabas de cantar, pero en realidad no le importó. Solo dijo que tenía miedo de que con tanto ruido le volvieran a cerrar el lugar. Pero ni a él le importó. Bueno, estuviste cantando como una hora. Pero después de todo, no fue tanto ruido.
–Entonces me puse a cantar –dijo él–. Un éxito sin dudas. Me puse a cantar.
–¿Ya no te acuerdas? –dijo ella–. Estuviste cantando una tras otra. Todo el mundo te estaba oyendo. Les encantó. Lo único fue que insistías en cantar una canción sobre no sé qué fusileros o qué cosa, y todo el mundo empezó a callarte, pero tú empezabas de nuevo. Estuviste maravilloso. Hubo un rato en que todos tratamos que dejaras de cantar, y que comieras algo, pero no querías saber nada de eso. En serio que estuviste divertido.
–¿Qué, no probé la cena? –dijo él.
–No, nada –dijo ella–. Cada vez que venía el mesero a ofrecerte algo se lo devolvías porque decías que él era tu hermano perdido, que una gitana lo había cambiado por otro en la cuna, y que todo lo tuyo era de él. El mesero estaba doblado de la  risa.
–Seguro –dijo él–. Seguro que estuve cómico. Seguro que fui el Payasito de la Sociedad. ¿Y luego qué pasó, después de mi éxito arrollador con el mesero?
–Pues nada, no mucho –dijo ella–. Te entró una especie de tirria contra un viejo canoso que estaba sentado al otro lado del salón, porque no te gustó su corbata de moño y querías decírselo. Pero te sacamos antes de que el otro se enojara.
–Ah, conque salimos –dijo él–. ¿Pude caminar?
–¡Caminar! Claro que caminaste –dijo ella–. Estabas absolutamente bien. Bueno, la acera tenía una capa de hielo y resbalaste. Caíste sentado con un fuerte golpe. Pero por favor, eso puede pasarle a cualquiera.
–Sí, claro –dijo él–. A la señora Hoover o cualquiera. Así que me caí en la acera. Por eso me duele el… Sí. Ya entendí. ¿Y luego qué? Digo, si te importa.
–¡Vamos, Peter! –dijo ella–. No puedes quedarte sentado ahí y decir que no te acuerdas de lo que pasó después de eso. Creo que solo te viste un poco mal en la mesa; pero en todo lo demás estuviste perfectamente bien, yo sabía que te estabas sintiendo muy bien. Pero desde que te caíste te pusiste muy serio, yo no sabía que tú fueras así, ¿No te acuerdas de cuando me dijiste que yo nunca antes había visto tu verdadero yo? No puedo permitirte, no podría soportar que hayas olvidado ese hermoso paseo en taxi. De eso sí te acuerdas, ¿verdad? Por favor, me muero si no te acuerdas.
–Ah, sí –dijo él–. El paseo en taxi. Ah, sí, de eso sí. Fue un paseo muy largo, ¿no?
–Vueltas y vueltas y vueltas por el parque –dijo ella–. Los árboles se veían tan hermosos a la luz de la luna. Y dijiste que nunca antes te habías dado cuenta de que de veras tenías alma.
–Sí –dijo él–. Yo dije eso. Yo fui.
–Dijiste cosas tan pero tan bonitas –dijo ella–. Nunca me había dado cuenta de todo lo que sientes por mí y no me había atrevido a mostrarte lo que yo siento por ti. Pero lo de anoche, Peter; creo que la vuelta en taxi es lo más importante que nos ha pasado en nuestras vidas.
–Sí –dijo él–. Creo que sí.
–Y vamos a ser tan felices –dijo ella–. Quisiera contárselo a todo el mundo. Pero no sé. Creo que sería más dulce si lo guardamos como un secreto entre nosotros.
–Yo creo que sí –dijo él.
–¿No es muy hermoso? –dijo ella.
–Sí –dijo él–. Fabuloso.
–¡Encantador! –dijo ella.
–Oye –dijo él–, ¿no te importaría que me tomara un trago? O sea, médicamente, ya sabes. Estoy muerto; ayúdame, por favor. Creo que me va a dar un colapso.
–Sí, un trago te va a caer bien –dijo ella–. Pobrecito, qué pena que te sientas tan mal. Voy a prepararte un trago.
–Yo, la verdad –dijo él–, todavía no me explico cómo me sigues dirigiendo la palabra después del ridículo que hice anoche. Yo creo que mi única salida es meterme a un monasterio en el Tíbet.
–¡Estás loco! –dijo ella–. No te voy a dejar ir ahora. Ya deja de pensar en eso. Estuviste perfectamente bien.
De un salto ella se paró del sofá, lo besó con rapidez en la frente y salió corriendo de la  habitación.
El joven pálido la vio alejarse, movió la cabeza lentamente y luego la dejó caer sobre sus manos húmedas y temblorosas.
–Ay, mi amor –dijo–. Ay, ay, ay, Dios mío.

lunes, 22 de abril de 2019

Manju Kapur




 

Manju Kapur (Amritsar, India) es una novelista india. Su primera novela, Difficult Daughters, ganó el Premio Commonwealth de Escritores de 1999 yse convirtió en best seller en Europa, Estados Unidos y el sur de Asia. Actualmente enseña literatura en la Universidad de Delhi.

Kapur estudió un Master en Administración de Empresas en 1972 de la Dalhousie University en Halifax, Canadá, y un M. Phil de la Delhi University.
Sus cuatro novelas siguientes, A married Woman (2003), Home (2006), The immigrant (2008) y Custody (2011) ha sido aclamadas por la crítica y han gozado de un gran éxito entre los lectores..  
Está casada con Gun Nidhi Dalmia; Tienen tres hijos y tres nietos, y viven en Nueva Delhi.


miércoles, 10 de abril de 2019

Escritores de Europa del Este, un poco de historia y literatura

György Spiró

(Budapest, 4 de abril de 1946). Escritor húngaro premio Kossuth, poeta, historiador de la literatura y traductor literario.

Entre 1965 y 1970 se especializa en húngaro-ruso-serbocroata en la facultad de filología de ELTE. Entre 1970 y 1971 becario de periodista de política exterior en la Radio húngara. En la escuela mayor de periodismo se diploma en periodismo y sociología. Entre 1971 y 1978 redactor en lengua extranjera de la editorial Corvina, después entre 1978 y 1981 colaborador científico del Centro Investigador Europeo Oriental de la Academia de Ciencias de Hungría. Enseña en la cátedra de Literatura Universal de la ELTE, y desde 1992 en la de estética. Candidato de estudios literarios desde 1981. Dramaturgo del teatro Gergely Csiky de Kaposvár de 1986 a 1992. Entre 1992 y 1995 dirige el teatro Szigliget de Szolnok, después entre 1990 y 1997 es profesor de la escuela mayor de arte dramático. Desde 1997 es profesor agregado. Entre 1997 y 2000 obtiene la beca profesor Széchenyi Miembro fundador de la Academia Literaria Digital.
Premios

    1982 – Premio Attila József
    1987 – Premio de los Críticos (por su drama Csirkefej)
    1990 – Premio Erzsébet
    1993 – Premio Tibor Déry
    1994 – Premio Imre Madách
    1997 – Premio Ernő Szép
    1998 – Premio Corona de laurel de la república húngara
    2002 – Premio de la Compañía de Literatos (por A jégmadár)
    2004 – Pro Urbe Budapest
    2004 – Premio Ernő Szép
    2004 – Premio de los dramaturgos (por su drama Elsötétítés)
    2004 – Premio de la Crítica a (por Koccanás)
    2005 – Cruz de la orden del mérito de la República de Hungría – distinción de la sección civil : Por la actividad de sus novelistas, dramaturgos y ensayistas apreciados también internacionalmente .
    2005 – Premio Milán Füst (por su novela Fogság)
    2006 – Premio Lajos Kossuth

https://es.wikipedia.org/wiki/Gy%C3%B6rgy_Spir%C3%B3 El nieto del terrorista



El nieto del terrorista


Estamos en una larga mesa en un estrado: un actor alemán, un escritor bosnio de mediana edad, una moderadora alemana, una escritora treintañera de Croacia, la intérprete croata, un historiador serbio, un joven escritor serbio y yo. Ante nosotros, en sus asientos, el público, unas treinta personas al menos, detrás, una multitud que viene y va. Es sábado, la una de la tarde. Ocupamos el rincón señalado con el número 507 en la sala D. La muchedumbre se aglomera también en las cantinas. Sopa de carne, bratwurst, ensalada de patata, perritos calientes, cerveza, refrescos; el café se despacha algo más allá. La salchicha asada, a juzgar por mis esporádicas visitas a diferentes rincones de Alemania desde hace ya más de cuarenta años, sigue siendo igualmente aceptable. En mi país, los últimos veinticinco años han acabado definitivamente con las salchichas comestibles.
En los pasillos de cristal que unen los distintos pabellones se apiña una multitud. Abundan los jóvenes, disfrazados casi sin excepción, se empujan, esperan de pie, se sientan por doquier. Los alumnos de secundaria pueden entrar gratis y usar el transporte público municipal e interurbano también gratis si llevan puestos un disfraz; estos días, la ciudad está llena de jóvenes con pelucas y máscaras; algunos ni siquiera se pasan por la feria, solo hacen uso del transporte público gratuito.
Uno tarda en darse cuenta de por qué esos jóvenes bulliciosos y descomedidos le recuerdan la mili: tanto la peluca como el disfraz son casi como el uniforme; se nota cierto toque folclórico, sobre todo en las faldas blancas y anchas de las chicas. La mayoría de las pelucas son rojas y largas, y las llevan por igual chicos y chicas. Si certifican su asistencia, se tiene en cuenta a la hora de las calificaciones. Camino de la feria se ven también profesores, explicando algo a cuatro o cinco alumnos; quizás les informen sobre los puestos por ver.
Estar aquí equivale a haber leído unos cuantos libros. Sin embargo, no se han leído ninguno. En la feria no se venden libros, los libros son meros objetos de exposición que lucen en las estanterías y que ni el último monigote mira o se lleva a la mano. Los escritores –es decir, los llamados escritores–, sirven para contestar en vivo a las largas preguntas de tono importuno de los entrevistadores o los representantes. Por lo general, se turnan cada media hora, los de más renombre están autorizados a una hora. No se les concede más tiempo, hay democracia. La muchedumbre más numerosa se reúne en torno a los puestos de las distintas cadenas de televisión, en los que famosos presentadores preguntan a famosos autores, conocidos también por la televisión, sobre lo mismo y de la misma manera. Hay entre ellos muchas escritoras, por eso de la igualdad de derechos. El ciudadano se detiene aquí y allá, con una publicación más o menos voluminosa en la mano, con la mirada fija en la pantalla, aunque no oye mucho de lo que dicen, porque el ruido de fondo es demasiado alto, sin embargo está presente, como cualquiera, tiene derecho a detenerse en cualquier rincón o a hacer cola delante de los comederos. Las familias están solas, aisladas incluso en la muchedumbre; los individuos se envuelven en su propio mundo; los profesionales se abren paso agrupados en pequeñas manadas, se les reconoce por sus chaquetas y conjuntos. Los niños corretean por ahí, trasteando con empleados disfrazados de pies a cabeza de peluches de cuentos, y los padres los fotografían diligentes, otro sábado arreglado.
Los libros están en alemán, las revistas están en alemán, hay miles y miles de libros, aquí se tiene en alta estima la literatura. Toda Europa expone, y aunque no se hacen negocios, hay que estar presente, el que no está, no existe. Por la noches, en las distintas salas de exposición de la ciudad, en los teatros, en los “bares en ruinas” y en las bases militares intervienen los mismos que durante el día en los pabellones; les hacen las mismas preguntas, contestan lo mismo, y el público también es muy parecido, si no idéntico. Todas las pequeñas naciones sienten la necesidad de brillar con su presencia, aunque sea modestamente; para ello destinan dinero público, ya sea más o menos.
Por lo general, los que llegan de tierras lejanas dan cuenta de ese segmento de la política internacional en el que les ha tocado vivir, y la mayoría de ellos han sido formados para hacerlo. Son escritores, pero nunca hablan de literatura. Se ha traducido alguno de sus libros, se ha publicado sobre ellos alguna que otra reseña, y como casi todos han disfrutado de una beca alemana y un curso de lengua gratuito, se han vuelto apropiados para decir, en representación de tierras lejanas, exactamente lo que los alemanes quieren oír. A esos los traen en palmitas. Desde hace unas décadas conviene propagar ideas liberales, y al que, pese a su mala pronunciación y sus errores gramaticales, sea capaz de ello, casi lo tratan como a un ser humano. Es la producción en serie de opiniones a escala industrial.
Lo que está de moda en la actualidad es la Primera Guerra Mundial, que estalló hace 100 años, mira qué suerte. Y aun mayor suerte es que la tercera esté en un tris de estallar, cosa que los responsables de asignar los temas de la feria aún no podían saber al elaborar el programa; ahora se puede trazar un paralelo entre los sucesos de hace cien años y los eventos actuales. Es un placer poder horrorizarse conjuntamente de las atrocidades que suceden en el extremo oriental de Europa, cosas que nunca les ocurrirían a ellos, los alemanes. No son conscientes de lo despectivo que resultan sus aspavientos, es más, creen sinceramente que nuestra personalidad y nuestra opinión caen casi en la misma categoría que la suya.
La joven escritora bielorrusa, que habla bien alemán, escucha con envidia al escritor ucraniano, que habla igualmente bien alemán, porque en Ucrania la guerra es inminente; eso mantendrá durante años alta la cotización del autor ucraniano. Pobres bielorrusos, no les darán la palabra porque gracias a los ucranianos van a redistribuir las cuotas que le tocan a Europa Oriental. Hasta el momento, un ucraniano valía tres bielorrusos, pero a partir de ahora valdrá treinta, y perecerá el nimio interés hacia estos últimos. La redistribución nos afectará también a nosotros: hasta ahora un húngaro valía dos o tres ucranianos, en el futuro serán tres húngaros los que valgan un ucraniano.
Hace veinticinco años despertábamos interés porque éramos el bastión más occidental del enemigo, a cuyos soldados había que quebrar; hoy ya estamos completamente quebrados. Nos invitan todavía hoy en día, y si nos horrorizamos debidamente ante la actividad de los salvajes del este, siguen dispuestos a reafirmar nuestro puesto entre los más civilizados, la capa superior de los salvajes. De vez en cuando servimos aún como maniquíes.
A los hijos e hijas de las pequeñas naciones les bastan unas pocas palabras para entenderse, los hijos y las hijas de las grandes naciones gustan de charlar únicamente con los vástagos de los grandes; la mentalidad de los pequeños y la de los grandes no son compatibles. Uno se acostumbra, resulta inútil rebelarse.
En los encuentros con los lectores conviene mostrarse ocurrente. Todos los lugares comunes, caducados allá en su hogar, antaño, son recibidos con sumo agrado. El que suelta ocurrencias, es escritor. No han leído ni una línea suya, sea renombrado o no, pero si es gracioso y lo suficientemente conciso, lo aplauden entusiasmados. Cinco o seis frases, y llega el turno del siguiente gracioso. Yo he cosechado un gran éxito con el viejo lugar común de que la Primera Guerra Mundial no ha concluido hasta hoy. La afirmación me parece cierta, sin embargo, de esa forma resulta superficial. Así que he añadido que, según otras opiniones, la Primera Guerra Mundial empezó con las guerras napoleónicas. Con eso ya no he cosechado ningún éxito, es que el público ignora quién era Napoleón.
Estamos en la larga mesa, el tema es, esta vez también, la Primera Guerra Mundial. El actor alemán recita un fragmento de un ensayo. El historiador serbio habla en su idioma largo y tendido, la señora croata lo traduce al alemán. Los que están sentados permanecen inmóviles, algunos se levantan, otros ocupan su asiento, detrás de ellos la multitud viene y va.
Se trata el atentado de Sarajevo. Llega el turno del hombre de mediana edad sentado a mi lado. Habla en voz baja, balbuceando un tanto, aunque en alemán, me dispongo a dormir con los ojos abiertos. De súbito oigo que su abuelo formó parte del grupo terrorista al que pertenecía también Gavrilo Princip. El escritor bosnio ha traído consigo un libro de Sarajevo, en croata, de 1964, las memorias de su abuelo. ¿Está en alemán? No, no está en alemán. Los participantes menean la cabeza, ¡qué bueno sería tener el libro en alemán! Se nota que, con excepción de la intérprete, es la primera vez que oyen del asunto. El público no menea la cabeza, al público no lo estremece que las memorias de un conspirador desconocido no se hayan publicado en alemán.
El bosnio cuenta que el propio Ivo Andrić le escribió una carta a su abuelo, pues era miembro del mismo grupo terrorista que él. El público no levanta la cabeza al oír ese nombre. El premio Nobel no salva del olvido. El nieto revela que él, en realidad, no sabe nada de la conspiración. Me gusta el amigo, cosas así normalmente no se confiesan. Tenía diecisiete años cuando murió su abuelo y no se le ocurrió preguntarle nada. Eso me parece tan sincero que de repente despierta en mí la sospecha: a lo mejor no es escritor. Su abuelo pasó cuatro años en la cárcel de Theresienstadt, donde cogió tal reumatismo que tuvo que pasar sentado el resto de su vida. El nieto, efectivamente, no es escritor, fue profesional de televisión, su mujer es alemana; lo rescataron a duras penas del Sarajevo azotado por la guerra civil, en ese momento no sabía ni una palabra de alemán, pero desde entonces trabaja en una emisora de radio alemana.
Se calla. Le toca al siguiente.
La croata empieza con que todo lo que sabe de la Primera Guerra Mundial es lo que le enseñaron en el instituto. A pesar de eso ha escrito un libro sobre la Primera Guerra Mundial, que ha sido publicado también en alemán. Buena noticia. Pinta largo y tendido cómo es cuando chavales de dieciséis o diecisiete años perpetran un atentado.
Le pido al nieto el libro croata escrito en 1964, lo hojeo. Recorro algún que otro párrafo. Interesante.
La croata sigue con lo del alma de los chicos de diecisiete años.
No puedo evitar comentarle en voz baja al nieto del terrorista:
–En el momento del atentado, a GavriloPrincip le faltaban tres semanas para cumplir veinte años.
–Lo sé –dice él.
–Por eso no lo condenaron a muerte –digo yo.
–Sí –confirma él–, porque en aquel entonces solo los mayores de edad podían ser condenados a muerte.
Nadie grita, ¡por favor, pero si GavriloPrincip no tenía diecisiete años, sino casi veinte!
Los aficionados a los libros siguen en sus asientos, imbuidos de cultura. Uno podría pensar que han leído algo.
Qué cosa más bonita es la feria del libro, mañana cerrará, el año que viene se volverá a abrir, y mientras tanto no hará falta leer nada.

martes, 2 de abril de 2019

Antonio Tabucchi

 

ANTONIO TABUCCHI

Nació el 24 de septiembre de 1943. Fue un escritor italiano. Docente de Lengua y Literatura Portuguesas. 
Transcurrió su infancia en casa de los abuelos maternos, en Vecchiano (cerca de Pisa). En el tiempo que estudió en la Universidad de Pisa, Tabucchi viajó por Europa.
Estando en París, en un banco de la Estación de Lyon halló el poema Tabacaria que estaba bajo la firma de Álvaro de Campos, que era uno de los heterónimos de Fernando Pessoa. Fue a raíz de ello que cree haber encontrado el tema para los siguientes veinte años de su existencia.
Una vez en Lisboa se tomaría buen tiempo en la contemplación de dicha ciudad. Desarrolló una tesis doctoral sobre el surrealismo en Portugal. Estudió perfeccionamiento en la Escuela Normal Superior de Pisa, y posteriormente, en 1973 se le asignó la enseñanza de Lengua y Literatura portuguesa en Bolonia.
Luego se trasladó a la Universidad de Génova. Además fue director del Instituto Italiano de Cultura de Lisboa, de 1985 a 1987.
Embelesado de Portugal, se convirtió en el mejor entendido, crítico y traductor italiano del escritor portugués Fernando Pessoa. Analizó su obra en los años sesenta, estando en la Sorbona, y fue tal su apego que cuando volvió a Italia se inscribió en las clases de portugués para entenderlo mejor.
Los libros de Tabucchi han sido traducidos en 18 países. Conjuntamente con María José de Lancastre, quien fuera su esposa, hicieron la traducción al italiano de muchas obras de Pessoa.. Incluso escribió un libro de ensayos y uno de comedia de teatro sobre él.
Se le otorgó el premio francés Médicis étranger por su novela Notturno Indiano. Así como el premio Campiello por Sostiene Pereira.
Entre sus libros más famosos destacan: Notturno Indiano, Sostiene Pereira, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro y El juego del revés. 
Algunas de sus obras han sido llevadas a la pantalla grande, como Sostiene Pereira, en que Marcello Mastroianni sobresale en una de las interpretaciones (1995). Posteriormente en 2004 se le otorgó en España el Premio Francisco Cerecedo de periodismo. 
Falleció el 25 de marzo del 2012, en Lisboa.