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lunes, 22 de abril de 2019

Manju Kapur




 

Manju Kapur (Amritsar, India) es una novelista india. Su primera novela, Difficult Daughters, ganó el Premio Commonwealth de Escritores de 1999 yse convirtió en best seller en Europa, Estados Unidos y el sur de Asia. Actualmente enseña literatura en la Universidad de Delhi.

Kapur estudió un Master en Administración de Empresas en 1972 de la Dalhousie University en Halifax, Canadá, y un M. Phil de la Delhi University.
Sus cuatro novelas siguientes, A married Woman (2003), Home (2006), The immigrant (2008) y Custody (2011) ha sido aclamadas por la crítica y han gozado de un gran éxito entre los lectores..  
Está casada con Gun Nidhi Dalmia; Tienen tres hijos y tres nietos, y viven en Nueva Delhi.





Chocolate


Tara era gorda. Su marido dejó bien en claro que no le hacía nada bien a su imagen que ella anduviera por ahí caminando como un pato, sacudiendo sus rollos de grasa.
-No camino como un pato -dijo ella, dolida.
-Sí, lo haces - dijo Abhay, y puso fin a la discusión. Era algo establecido en lo relativo a las palabras que él siempre tuviera la última.
Más tarde Tara lloró. Se secó las lágrimas que caían por sus mejillas suaves, algo fofas, con un pañuelo sujeto dentro de la mano delicada y regordeta. Deseaba ser delgada, esbelta, y un motivo de orgullo para su marido, pero era inútil. La vida sin comida, especialmente sin chocolate, no valía la pena.
Su marido no podía querer de verdad que ella perdiera peso, después de todo, él era su principal proveedor. Ella pensó en las últimas limosnas que le había traído de Europa. Veinte tabletas de chocolate suizo, con seductores envoltorios de color verde, naranja, azul y rojo, con brillantes imágenes de frutas, nueces y copas de vino, bollos de mazapán, con la pasta granulada de almendras cubierta de un chocolate tan suave que se disolvía en la punta de la lengua, y el plato fuerte, dos grandes cajas de cerezas al licor en vasitos de chocolate amargo. Incluso cuando no las estaba comiendo podía sentir en la boca la intensidad del licor, el sabor semi amargo del chocolate que se derretía, la acidez y el ligero crujir de la cereza.
Él era siempre diligente en satisfacer sus gustos. Cuando le daba el chocolate le contaba lo ocupado que había estado y cuánto desearía que ella pudiera acompañarlo. Luego le masajeaba levemente el rollo de grasa alrededor del vientre para demostrarle su amor. A veces el masaje se volvía un poco brusco, pero los signos de afecto físico entre ellos eran escasos, y ella se conformaba con lo que había.
¿Cuándo fue que Tara se enteró del affair de su marido, algo que los lectores de este texto encontrarán obvio, rayano en la banalidad? Un hombre que atiborra a su mujer con tal cantidad de chocolate debe tener un motivo oculto.
Una breve historia de su vida pondrá su estupidez en perspectiva.
La escuela: de los tres a los diecisiete años. Colegio de monjas, solo de chicas. Énfasis estricto en los estudios y nada más. Tara ocupa su tiempo libre en tomar clases de música y baile. Su madre dice que esas cosas son importantes. Les dan elegancia a las chicas.
Universidad: de los diecisiete a los veinte años. Una universidad sólo para mujeres. Sus padres no creen que sea conveniente enviar a Tara a otro lugar. Elige una licenciatura en Lengua Inglesa, considerada una opción fácil. No tiene muy en claro qué hacer con su vida, y Lengua Inglesa parece una buena orientación sin objetivo. Además, siempre le ha gustado mucho leer.
Licenciatura en Lengua Inglesa resulta no ser una opción tan fácil después de todo. Nunca pensó que leer fuera tan agotador. La literatura no parece tratarse de historias. Todo el énfasis está puesto en las ideas, la historia, el contexto, las interpretaciones marxistas-feministas y una búsqueda del significado que va más allá de lo obvio hacia lo completamente inextricable.
Tara pasa su tiempo en la Universidad yendo al cine con sus amigas, faltando a clases. Se queja con su madre sobre lo mucho que le exigen los profesores. Su madre la consuela. Tiene que lograr graduarse y luego se casará.
Los preparativos para la boda coinciden con el período de preparación de exámenes.
- ¿Qué puedes hacer, querida? - le dice su madre cuando Tara protesta. - Sé que es un mal momento para ti pero estas son las fechas favorables.
- Pero mamá, ¿cómo voy a estudiar? - Se queja Tara.
- El muchacho es bueno. Y la familia está muy dispuesta. Hay cosas que no se pueden postergar.
Cuando Tara recibe los resultados, ya ha vuelto de la luna de miel. Su nota es la más baja que le permite aprobar, y está algo sorprendida de haber pasado.
Su marido piensa que está molesta.
- No te preocupes, cariño - le dice, tomándola en sus brazos fuertes, masculinos. - Me tienes a mí.
El corazón de Tara late rápido al sentirse apretujada en ese abrazo marital.
- Sí, es verdad,- susurra - te tengo a ti.
Entonces la familia espera que lleguen los niños. Con el tiempo se hace evidente que en caso de que lleguen, tendrá que ser a través de una intervención divina o médica.
Tara comenzó con la intervención médica en primer lugar.
- Quizás tengamos que ver a un doctor - le sugirió a su marido.
- Ve tú si quieres - respondió Abhay. - Yo no tengo ningún problema.
Luego de examinarla, la doctora le dijo a Tara que ella tampoco tenía ningún problema, y tal vez correspondiera echarle un vistazo al marido.
- Pero él no está de acuerdo - dijo Tara con tristeza.
- ¡Qué tontería!- exclamó la doctora, que estaba harta de toparse con actitudes similares en su trabajo.
-Dígale que no solo la mujer es responsable de concebir un hijo. El esperma tiene que estar saludable. Tal vez sea infértil, tal vez su esperma tenga un bajo conteo, tal vez haya estado bebiendo demasiado o tenga alguna infección latente. Puede deberse a una gran cantidad de cosas.
Tara se sonrojó. ¿Cómo iba a transmitirle todo esto a su marido?
Abhay accedió a ver a la doctora luego de una amarga discusión, en la que le remarcó a Tara lo equivocada que estaba.
-¿No debería ir contigo?-preguntó Tara cuando Abhay salía.
-No, -respondió él secamente - voy a lidiar yo solo con esto.
De modo que Tara nunca supo que sucedió en el consultorio. Abhay volvió a casa enojado y con los labios apretados, y se rehusó a hacer ningún comentario.
- ¿Pero qué pasó? ¿Qué te dijo? —Le preguntó ella varias veces.
- Es una tonta. ¡Bah! No tiene sentido que tú vayas tampoco.
Luego de esto ya no fue posible hacer consultas médicas.
En el plano de la intervención divina, alguien le sugirió a Tara que fuera al templo VaishnoDevi gateando con las manos y las rodillas.
Luego de haber subido hasta VaishnoDevi de manos y rodillas, decidió hacer lo mismo en otros altares. Pensó que se avergonzaría, pero no fue así. Era algo de rutina en esos lugares.
Su marido pensó que todo eso era una gran idea. Lo mismo pensó su suegra.
- ¡Pobre Tara! —la oyó decir una vez. —Se está esforzando tanto, —y luego, en voz más baja —pero está enferma por dentro.
Cuando no hubo señales de concepción luego de todo esto, Tara tomó la costumbre de usar ciertas piedras en el cuello y los dedos, y su marido tomó la costumbre de darle chocolate.
Fue el chocolate lo que le llamó la atención sobre cierta falta de algo por parte de Abhay. Él se volvió distraído a la hora de traerle lo que ella quería.
Luego de un exceso de mentas, ella sugirió que esperaba algo más de variedad. Él protestó.
- No me alcanza el tiempo, - dijo. - Lo único que puedo hacer es comprar esto en el aeropuerto, y resulta que los aeropuertos tienen mentas.
- ¿Pero tantas?
Ella giró las cajas verdes y blancas en sus manos. Mentas eduardianas, mentas Creme de Menthe, Mentas con chocolate amargo, mentas delgadas, mentas AfterEight, bombones de menta AfterDinner, mentas con chocolate blanco.
La idea de toda esa menta le provocó náuseas. Pero su necesidad de chocolate era tan grandeque aún así se las comió todas.
Y luego él volvió a hacer lo mismo.
- ¿No te acordaste? - preguntó ella.
- ¿De qué? - él se veía preocupado.
- De lo que te dije la última vez. Sobre las mentas.
-¿La última vez? Ah, claro, sí, por supuesto. Pero ya sabes, los aeropuertos…
Ella miró toda esa menta asquerosa.
- Pero antes podías…
- Bueno, ya sabes cómo son los aeropuertos. No tienen mucha imaginación.
No es lo que Tara habría pensado al recordar todos esos folletos que solía traer Abhay con anuncios de tal o cual aerolínea o aeropuerto. Parecían tener absolutamente todo lo habido y por haber.
Cuando Abhay se fue, Tara quedó sumida en sus pensamientos. Era raro que él hubiese olvidado su pedido - su razonable pedido - acerca del chocolate con menta. Abhay tenía buena memoria. Aunque estaba siempre tan preocupado. Y casi nunca estaba en casa.
Y entre esos dos pensamientos, como secuencias encadenadas, surgió la sospecha y torció los eslabones en otra dirección.
En cuestión de segundos, Tara estaba convencida de haber encontrado la clave de gran parte del comportamiento de Abhay. ¿Podía ser? ¿Podía ser que aquello que había leído en sus días de universitaria…? ¿Podía ser que La Otra Mujer hubiese aparecido también en su vida? Se decidió a espiarlo. Los resultados fueron predecibles.
Luego de pasar por el espectro de emociones que iban desde el shock a la confusión, la desesperación, la furia y el resentimiento, le dio algunas vueltas a la idea de volarse los sesos. Para ayudarse a tomar una decisión, se dirigió automáticamente a la heladera a buscar sus chocolates. Necesitaba consuelo. Mordió uno con la mente en blanco. Tenía gusto a aserrín. Lo mordió otra vez y tuvo una arcada. Este era su único placer en la vida. ¿Qué le estaba pasando?
Sintió una quemazón en la parte de atrás de la garganta y el horrible y amargo sabor de la bilis. Volvió a meter el chocolate en la heladera y cerró la puerta. La invadieron las náuseas y apenas si alcanzó a llegar al baño.
Nunca volvió a comer otro pedazo de chocolate. Cada vez que miraba las piezas oscuras y brillantes que relucían tentadoras, veía los ojos de Abhay hundidos en ellas, incitándola a morderlas y a ponerse gorda.
Perdió peso. La sensación de náuseas que le provocaba el chocolate la ayudó a dejar de comer. Se volvió más delgada, más de lo que había estado en años. Se quitó los anillos. Ya no tenía mucho sentido usarlos. Pasó de usar saris a conjuntos salwar-kameez de blusa y pantalón. Se veía más joven. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan viva y alerta. Empezó a pensar estrategias.
Debía reconquistarlo, pensó. Decidió tomar clases de cocina. El camino hacia el corazón de un hombre es a través del estómago. Abhay casi no comía en casa. Pero ahora… ella tenía que cocinar. Sería la fuente de todo lo apetecible.
Tara se anotó en las Clases de Cocina de la Sra. Singhal, que prometían dominio del CordonBleu y de cocina Continental, China e India en tan solo un año. Tara descubrió que tenía buena mano y un talento para la improvisación. Su profesora también la elogió, y eso la ayudó. Nadie la había elogiado por aprender nada en su vida, los asuntos académicos estaban fuera de discusión, e incluso sus maestras de danza y canto pensaban que tenía que ser más aplicada.
Para la Sra. Singhal, una comida no era solo comer. Era una Experiencia Estética. La mesa, los colores, la ambientación, las flores, todo tenía que ser perfecto.
Tara se zambulló en la Experiencia como pez en el agua. Descubrió que cocinar era infinitamente creativo. El gusto que había mostrado al decorar su casa tenía un alcance mucho más variado en la mesa. Experimentó la alegría de colocar frente al marido - por más errante que este fuera - cosas a las que él no podía resistirse. Él se volvió glotón y exigente, e invitaba a casa con más frecuencia a grupos pequeños de amigos.
Abhay comenzó a aumentar de peso de manera imperceptible. Tara veía el fruto de su trabajo, y creció su sensación de poder. Empezó a tener nuevas ideas. Aumentó la cantidad de crema en los postres y empezó a añadir más queso en los platos italianos. A Abhay ya no le entraba la ropa. Empezó a hablar seriamente de ponerse a dieta.
En este punto, Tara lo inspeccionó con mirada especulativa. En su mente lo veía tal como ella había sido en algún momento. “Caminas como un pato” había dicho él al comienzo de la historia, y ella, mujer predecible, había respondido, dolida, “No, no es cierto.” Ahora ella quería que él caminara como un pato, aunque su posición no le permitiera restregárselo en el rostro, como él había hecho con ella.
Cuando Abhay terminó con su affair, cierto aire lúgubre tiñó y acentuó el tono amarillento de su tez, ya de por sí saturnina. Como consuelo se volcó excesivamente a la comida. Escuchaba música, bebía y exigía bocados picantes y especiados de la cocina cada vez más fértil de Tara.
Cuando empezó a caminar como un pato, ella, entrenada para encontrar bello a su marido en todos sus múltiples aspectos, empezó a verlo feo.
Dadas las circunstancias de su venganza, necesitaba un affair para darle el toque final. Eligió a un amigo de él, el hombre más conveniente que tenía al alcance. El amigo había dado algunos indicios, Tara decidió captarlos. Se dio el gusto con él sin tomar precauciones. Hacía mucho que había renunciado a la posibilidad de concebir, y cuando se encontró con que estaba embarazada, su entusiasmo fue enorme. Lo primero que había que hacer era deshacerse del amigo.
- Abhay sospecha - le informó.
Luego le dio la noticia a su marido. - Pienso que tal vez sea por tu renovada salud - señaló. - Te ves mucho mejor ahora. Antes estabas demasiado flaco. Por eso he sido bendecida con este bebé.
Una mirada de desconcierto cruzó por el rostro de Abhay a medida que asimilaba el aire de triunfo silencioso en la actitud de su mujer. Empezó a espiarla, pero el affair había sido tan breve y circunspecto que no encontró ningún indicio.
Cuando nació la hija de Tara, ella la arrulló con canciones de cuna sobre mujeres guerreras, y se aseguró de que toda su educación estuviera orientada hacia una carrera que la hiciera independiente.

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