Manju Kapur (Amritsar, India) es una novelista india. Su primera novela, Difficult Daughters, ganó el Premio Commonwealth de Escritores de 1999 yse convirtió en best seller en Europa, Estados Unidos y el sur de Asia. Actualmente enseña literatura en la Universidad de Delhi.
Kapur
estudió un Master en Administración de Empresas en 1972 de la
Dalhousie University en Halifax, Canadá, y un M. Phil de la Delhi
University.
Sus
cuatro novelas siguientes, A
married Woman (2003), Home (2006), The
immigrant (2008)
y Custody (2011)
ha sido aclamadas por la crítica y han gozado de un gran éxito
entre los lectores..
Está
casada con Gun Nidhi Dalmia; Tienen tres hijos y tres nietos, y viven
en Nueva Delhi.
Chocolate
Tara
era gorda. Su marido dejó bien en claro que no le hacía nada bien a
su imagen que ella anduviera por ahí caminando como un pato,
sacudiendo sus rollos de grasa.
-No
camino como un pato -dijo ella, dolida.
-Sí,
lo haces - dijo Abhay, y puso fin a la discusión. Era algo
establecido en lo relativo a las palabras que él siempre tuviera la
última.
Más
tarde Tara lloró. Se secó las lágrimas que caían por sus mejillas
suaves, algo fofas, con un pañuelo sujeto dentro de la mano delicada
y regordeta. Deseaba ser delgada, esbelta, y un motivo de orgullo
para su marido, pero era inútil. La vida sin comida, especialmente
sin chocolate, no valía la pena.
Su
marido no podía querer de verdad que ella perdiera peso, después de
todo, él era su principal proveedor. Ella pensó en las últimas
limosnas que le había traído de Europa. Veinte tabletas de
chocolate suizo, con seductores envoltorios de color verde, naranja,
azul y rojo, con brillantes imágenes de frutas, nueces y copas de
vino, bollos de mazapán, con la pasta granulada de almendras
cubierta de un chocolate tan suave que se disolvía en la punta de la
lengua, y el plato fuerte, dos grandes cajas de cerezas al licor en
vasitos de chocolate amargo. Incluso cuando no las estaba comiendo
podía sentir en la boca la intensidad del licor, el sabor semi
amargo del chocolate que se derretía, la acidez y el ligero crujir
de la cereza.
Él
era siempre diligente en satisfacer sus gustos. Cuando le daba el
chocolate le contaba lo ocupado que había estado y cuánto desearía
que ella pudiera acompañarlo. Luego le masajeaba levemente el rollo
de grasa alrededor del vientre para demostrarle su amor. A veces el
masaje se volvía un poco brusco, pero los signos de afecto físico
entre ellos eran escasos, y ella se conformaba con lo que había.
¿Cuándo
fue que Tara se enteró del affair de su marido, algo que los
lectores de este texto encontrarán obvio, rayano en la banalidad? Un
hombre que atiborra a su mujer con tal cantidad de chocolate debe
tener un motivo oculto.
Una
breve historia de su vida pondrá su estupidez en perspectiva.
La
escuela: de los tres a los diecisiete años. Colegio de monjas, solo
de chicas. Énfasis estricto en los estudios y nada más. Tara ocupa
su tiempo libre en tomar clases de música y baile. Su madre dice que
esas cosas son importantes. Les dan elegancia a las chicas.
Universidad:
de los diecisiete a los veinte años. Una universidad sólo para
mujeres. Sus padres no creen que sea conveniente enviar a Tara a otro
lugar. Elige una licenciatura en Lengua Inglesa, considerada una
opción fácil. No tiene muy en claro qué hacer con su vida, y
Lengua Inglesa parece una buena orientación sin objetivo. Además,
siempre le ha gustado mucho leer.
Licenciatura
en Lengua Inglesa resulta no ser una opción tan fácil después de
todo. Nunca pensó que leer fuera tan agotador. La literatura no
parece tratarse de historias. Todo el énfasis está puesto en las
ideas, la historia, el contexto, las interpretaciones
marxistas-feministas y una búsqueda del significado que va más allá
de lo obvio hacia lo completamente inextricable.
Tara
pasa su tiempo en la Universidad yendo al cine con sus amigas,
faltando a clases. Se queja con su madre sobre lo mucho que le exigen
los profesores. Su madre la consuela. Tiene que lograr graduarse y
luego se casará.
Los
preparativos para la boda coinciden con el período de preparación
de exámenes.
- ¿Qué
puedes hacer, querida? - le dice su madre cuando Tara protesta. - Sé
que es un mal momento para ti pero estas son las fechas favorables.
- Pero
mamá, ¿cómo voy a estudiar? - Se queja Tara.
- El
muchacho es bueno. Y la familia está muy dispuesta. Hay cosas que no
se pueden postergar.
Cuando
Tara recibe los resultados, ya ha vuelto de la luna de miel. Su nota
es la más baja que le permite aprobar, y está algo sorprendida de
haber pasado.
Su
marido piensa que está molesta.
- No
te preocupes, cariño - le dice, tomándola en sus brazos fuertes,
masculinos. - Me tienes a mí.
El
corazón de Tara late rápido al sentirse apretujada en ese abrazo
marital.
- Sí,
es verdad,- susurra - te tengo a ti.
Entonces
la familia espera que lleguen los niños. Con el tiempo se hace
evidente que en caso de que lleguen, tendrá que ser a través de una
intervención divina o médica.
Tara
comenzó con la intervención médica en primer lugar.
- Quizás
tengamos que ver a un doctor - le sugirió a su marido.
- Ve
tú si quieres - respondió Abhay. - Yo no tengo ningún problema.
Luego
de examinarla, la doctora le dijo a Tara que ella tampoco tenía
ningún problema, y tal vez correspondiera echarle un vistazo al
marido.
- Pero
él no está de acuerdo - dijo Tara con tristeza.
- ¡Qué
tontería!- exclamó la doctora, que estaba harta de toparse con
actitudes similares en su trabajo.
-Dígale que no solo la mujer es responsable de concebir un hijo. El esperma tiene que estar saludable. Tal vez sea infértil, tal vez su esperma tenga un bajo conteo, tal vez haya estado bebiendo demasiado o tenga alguna infección latente. Puede deberse a una gran cantidad de cosas.
-Dígale que no solo la mujer es responsable de concebir un hijo. El esperma tiene que estar saludable. Tal vez sea infértil, tal vez su esperma tenga un bajo conteo, tal vez haya estado bebiendo demasiado o tenga alguna infección latente. Puede deberse a una gran cantidad de cosas.
Tara
se sonrojó. ¿Cómo iba a transmitirle todo esto a su marido?
Abhay
accedió a ver a la doctora luego de una amarga discusión, en la que
le remarcó a Tara lo equivocada que estaba.
-¿No
debería ir contigo?-preguntó Tara cuando Abhay salía.
-No, -respondió él secamente - voy a lidiar yo solo con esto.
De
modo que Tara nunca supo que sucedió en el consultorio. Abhay volvió
a casa enojado y con los labios apretados, y se rehusó a hacer
ningún comentario.
- ¿Pero
qué pasó? ¿Qué te dijo? —Le preguntó ella varias veces.
- Es
una tonta. ¡Bah! No tiene sentido que tú vayas tampoco.
Luego
de esto ya no fue posible hacer consultas médicas.
En
el plano de la intervención divina, alguien le sugirió a Tara que
fuera al templo VaishnoDevi gateando con las manos y las rodillas.
Luego
de haber subido hasta VaishnoDevi de manos y rodillas, decidió hacer
lo mismo en otros altares. Pensó que se avergonzaría, pero no fue
así. Era algo de rutina en esos lugares.
Su
marido pensó que todo eso era una gran idea. Lo mismo pensó su
suegra.
- ¡Pobre
Tara! —la oyó decir una vez. —Se está esforzando tanto, —y
luego, en voz más baja —pero está enferma por dentro.
Cuando
no hubo señales de concepción luego de todo esto, Tara tomó la
costumbre de usar ciertas piedras en el cuello y los dedos, y su
marido tomó la costumbre de darle chocolate.
Fue
el chocolate lo que le llamó la atención sobre cierta falta de algo
por parte de Abhay. Él se volvió distraído a la hora de traerle lo
que ella quería.
Luego
de un exceso de mentas, ella sugirió que esperaba algo más de
variedad. Él protestó.
- No
me alcanza el tiempo, - dijo. - Lo único que puedo hacer es
comprar esto en el aeropuerto, y resulta que los aeropuertos tienen
mentas.
- ¿Pero
tantas?
Ella
giró las cajas verdes y blancas en sus manos. Mentas eduardianas,
mentas Creme de Menthe, Mentas con chocolate amargo, mentas delgadas,
mentas AfterEight, bombones de menta AfterDinner, mentas con
chocolate blanco.
La
idea de toda esa menta le provocó náuseas. Pero su necesidad de
chocolate era tan grandeque aún así se las comió todas.
Y
luego él volvió a hacer lo mismo.
- ¿No
te acordaste? - preguntó ella.
- ¿De
qué? - él se veía preocupado.
- De
lo que te dije la última vez. Sobre las mentas.
-¿La
última vez? Ah, claro, sí, por supuesto. Pero ya sabes, los
aeropuertos…
Ella
miró toda esa menta asquerosa.
- Pero
antes podías…
- Bueno,
ya sabes cómo son los aeropuertos. No tienen mucha imaginación.
No
es lo que Tara habría pensado al recordar todos esos folletos que
solía traer Abhay con anuncios de tal o cual aerolínea o
aeropuerto. Parecían tener absolutamente todo lo habido y por haber.
Cuando
Abhay se fue, Tara quedó sumida en sus pensamientos. Era raro que él
hubiese olvidado su pedido - su razonable pedido - acerca del
chocolate con menta. Abhay tenía buena memoria. Aunque estaba
siempre tan preocupado. Y casi nunca estaba en casa.
Y
entre esos dos pensamientos, como secuencias encadenadas, surgió la
sospecha y torció los eslabones en otra dirección.
En
cuestión de segundos, Tara estaba convencida de haber encontrado la
clave de gran parte del comportamiento de Abhay. ¿Podía ser? ¿Podía
ser que aquello que había leído en sus días de universitaria…?
¿Podía ser que La Otra Mujer hubiese aparecido también en su vida?
Se decidió a espiarlo. Los resultados fueron predecibles.
Luego
de pasar por el espectro de emociones que iban desde el shock a la
confusión, la desesperación, la furia y el resentimiento, le dio
algunas vueltas a la idea de volarse los sesos. Para ayudarse a tomar
una decisión, se dirigió automáticamente a la heladera a buscar
sus chocolates. Necesitaba consuelo. Mordió uno con la mente en
blanco. Tenía gusto a aserrín. Lo mordió otra vez y tuvo una
arcada. Este era su único placer en la vida. ¿Qué le estaba
pasando?
Sintió
una quemazón en la parte de atrás de la garganta y el horrible y
amargo sabor de la bilis. Volvió a meter el chocolate en la heladera
y cerró la puerta. La invadieron las náuseas y apenas si alcanzó a
llegar al baño.
Nunca
volvió a comer otro pedazo de chocolate. Cada vez que miraba las
piezas oscuras y brillantes que relucían tentadoras, veía los ojos
de Abhay hundidos en ellas, incitándola a morderlas y a ponerse
gorda.
Perdió
peso. La sensación de náuseas que le provocaba el chocolate la
ayudó a dejar de comer. Se volvió más delgada, más de lo que
había estado en años. Se quitó los anillos. Ya no tenía mucho
sentido usarlos. Pasó de usar saris a conjuntos salwar-kameez de
blusa y pantalón. Se veía más joven. Hacía mucho tiempo que no se
sentía tan viva y alerta. Empezó a pensar estrategias.
Debía
reconquistarlo, pensó. Decidió tomar clases de cocina. El camino
hacia el corazón de un hombre es a través del estómago. Abhay casi
no comía en casa. Pero ahora… ella tenía que cocinar. Sería la
fuente de todo lo apetecible.
Tara
se anotó en las Clases de Cocina de la Sra. Singhal, que prometían
dominio del CordonBleu y de cocina Continental, China e India en tan
solo un año. Tara descubrió que tenía buena mano y un talento para
la improvisación. Su profesora también la elogió, y eso la ayudó.
Nadie la había elogiado por aprender nada en su vida, los asuntos
académicos estaban fuera de discusión, e incluso sus maestras de
danza y canto pensaban que tenía que ser más aplicada.
Para
la Sra. Singhal, una comida no era solo comer. Era una Experiencia
Estética. La mesa, los colores, la ambientación, las flores, todo
tenía que ser perfecto.
Tara
se zambulló en la Experiencia como pez en el agua. Descubrió que
cocinar era infinitamente creativo. El gusto que había mostrado al
decorar su casa tenía un alcance mucho más variado en la mesa.
Experimentó la alegría de colocar frente al marido - por más
errante que este fuera - cosas a las que él no podía resistirse.
Él se volvió glotón y exigente, e invitaba a casa con más
frecuencia a grupos pequeños de amigos.
Abhay
comenzó a aumentar de peso de manera imperceptible. Tara veía el
fruto de su trabajo, y creció su sensación de poder. Empezó a
tener nuevas ideas. Aumentó la cantidad de crema en los postres y
empezó a añadir más queso en los platos italianos. A Abhay ya no
le entraba la ropa. Empezó a hablar seriamente de ponerse a dieta.
En
este punto, Tara lo inspeccionó con mirada especulativa. En su mente
lo veía tal como ella había sido en algún momento. “Caminas como
un pato” había dicho él al comienzo de la historia, y ella, mujer
predecible, había respondido, dolida, “No, no es cierto.” Ahora
ella quería que él caminara como un pato, aunque su posición no le
permitiera restregárselo en el rostro, como él había hecho con
ella.
Cuando
Abhay terminó con su affair, cierto aire lúgubre tiñó y acentuó
el tono amarillento de su tez, ya de por sí saturnina. Como consuelo
se volcó excesivamente a la comida. Escuchaba música, bebía y
exigía bocados picantes y especiados de la cocina cada vez más
fértil de Tara.
Cuando
empezó a caminar como un pato, ella, entrenada para encontrar bello
a su marido en todos sus múltiples aspectos, empezó a verlo feo.
Dadas
las circunstancias de su venganza, necesitaba un affair para darle el
toque final. Eligió a un amigo de él, el hombre más conveniente
que tenía al alcance. El amigo había dado algunos indicios, Tara
decidió captarlos. Se dio el gusto con él sin tomar precauciones.
Hacía mucho que había renunciado a la posibilidad de concebir, y
cuando se encontró con que estaba embarazada, su entusiasmo fue
enorme. Lo primero que había que hacer era deshacerse del amigo.
- Abhay
sospecha - le informó.
Luego
le dio la noticia a su marido. - Pienso que tal vez sea por tu
renovada salud - señaló. - Te ves mucho mejor ahora. Antes
estabas demasiado flaco. Por eso he sido bendecida con este bebé.
Una
mirada de desconcierto cruzó por el rostro de Abhay a medida que
asimilaba el aire de triunfo silencioso en la actitud de su mujer.
Empezó a espiarla, pero el affair había sido tan breve y
circunspecto que no encontró ningún indicio.
Cuando
nació la hija de Tara, ella la arrulló con canciones de cuna sobre
mujeres guerreras, y se aseguró de que toda su educación estuviera
orientada hacia una carrera que la hiciera independiente.
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